Ensayos de Marcela Alvizouri
Por: Adrián Saturnino Bucio Huerta
Calor hogareño, no obstante la multiplicación de papeles entintados que nos rodean. Es una habitación que huele a pintura. Y allí está ella, mirando sus obras, tranquila en su sillón negro. Damos un sorbo de agua a nuestros respectivos vasos. Es tiempo de comenzar la entrevista.
Marcela Alvizouri es una pintora moreliana de ojos café claro, labios gruesos, cabello castaño oscuro, largo, debajo de los hombros. Nació el 3 de julio de 1975.
“En mi infancia fue jugar y jugar. Dibujaba y pintaba mucho. Salía a la calle y a lugares como el bosque. Desde pequeña me relacioné con la pintura. Cuando estaba en preescolar dibujaba mucho y en sexto de primaria tomé un pequeño curso».
Parece que la pintura escogió a Marcela, o ambas, se miraron y se reconocieron. Su hijo pequeño, dibuja sentado en el piso, parece seguir sus pasos.
“Estudié la carrera de Arqueología, pero varias circunstancias me fueron jalando hacia la pintura. A fin de cuentas todo te marca y todo cuenta”.
Se escucha un “mami ya terminé”, el niño mostró un dibujo con líneas chuecas y círculos temblorosos, dijo que era un retrato de su mamá. Aproveché para el tema de la maternidad: “Siempre hay un antes y un después de los hijos. Ya no puedes hacer lo mismo que hacías sin ellos. Cambian los hábitos, las perspectivas, la noción del tiempo y del espacio”.
¿De qué manera influyeron los hijos en su arte?
“Cuando me embaracé no podía ni moverme. No podía pintar en esos momentos. Los temas de mis obras no cambiaron mucho, pero sí mis técnicas. Lo que hago ahora es muy práctico debido a que el tiempo me exige estar con ellos. No puedo hacer algo que me consume mucho tiempo. Lo que hago ahora es acuarela sobre papel que es una técnica, digamos, menos tardada”.
El arte es una mentira que nos acerca a la verdad, menciona Pablo Picasso. Es el hombre agregado a la naturaleza, afirma Van Gogh. Es sobre todo un estado del alma, dice Marc Chagall. Con tantas definiciones, el concepto se vuelve algo meramente subjetivo y que cae dentro del terreno de la apreciación personal. Marcela Alvizouri comenta: “el arte es todo aquello que tú crees que es arte”.
Entonces, si en un lienzo en blanco yo vierto un bote de pintura y luego otro y otro, hasta llegar a diez… ¿Este cuadro puede llamarse una obra de arte?
“Pues si es tu obra, sí. Si tú decides que sea una obra de arte, pues entonces es una obra de arte. Es una decisión. Tú puedes decir que es una porquería o que es una obra de arte. Depende de cómo lo abordes tú”.
En ese caso, ¿qué función tienen los críticos de arte?
“Los críticos de arte tienen la misma función que tú. Ellos también dicen si para ellos es arte o no. Supongamos que tú mandas un texto a un concurso de literatura, si te dicen que no pasó, no por eso deja de ser arte, sino que simplemente no le gustó a determinado juez o a determinada persona. Es algo muy subjetivo”.
¿Cómo empieza a pintar un cuadro?
“Para mí, es lo más difícil. Es lo que siempre me trae de cabeza. Se debe encontrar la calma, la paciencia y la concentración para saber cómo empezar a plasmar tus ideas. Es como mi talón de Aquiles”.
Marcela Alvizouri deja su silla color y se dirige hasta donde habitan unos lienzos. Uno a uno, con delicadeza de cirujano, me los muestra:
“A estos les llamo ensayos, porque con la tinta china no te puedes equivocar, la única manera de corregir un error es comenzar de nuevo. Y es por eso que debes hacer varios ensayos para saber cuál quedó mejor”.
Por mis ojos pasaron diversos temas. En su mayoría plantas y paisajes. Eran ensayos, como ella los llama, sobre la vida vegetal y la vida de las plantas.
De entre tanto color verde, apareció el contraste. Su ensayo sobre la sequía era sumamente amarillo. Paisajes secos, con poca vegetación, tonos anaranjados, blancos, azules y árboles de los que se desprenden ramas toscas y ásperas.
“Con éstos paisajes busco despertar la paz en el espectador, creo que la paz es necesaria. Contario a la violencia de la cual ya estamos hasta el copete”.
Ya sea en papel amate, papel para acuarela o papel de fibra natural, el ensayo vegetal y el ensayo sobre la sequía sin duda desglosaban sentimientos de paz y armonía. Llegaba el momento de los ensayos sobre animales. Gatos, gaviotas, aves y escarabajos muy peculiares con manchas de pintura a su alrededor.
“Esto lo disfruto mucho. Los pinceles me permiten jugar con éste tipo de manchas. Me encanta ver cómo se hace la pintura y cómo se diluye con el agua, decimos que sangra la tinta”.
Y sí. Efectivamente cual hemorragia profunda y punzante, la tinta parecía que estaba sangrando.
“El ensayo urbano es muy pequeño –señaló –representa la total desarmonía que existe en las ciudades”.
Una gran cantidad de frases sobresaltaban en sus obras, frases como “caída infinita” “¿aquí?” “espacio libre”. Sin duda la insistencia de su autora por cuestionar la necedad humana, la incapacidad de transformar el medio ambiente en un espacio habitable. El único animal sobre la tierra que destruye su hábitat.
Regresó sus obras a su sitio, una a una, con orden preciso de cómo fueron saliendo. Terminé el vaso de agua, me despedí y salí a la calle, la realidad no es un ensayo, no es una pintura hecha de tinta, pero igual, por desgracia, también es sangrante. Sin duda, el arte como el de Marcela Alvizouri puede ser una forma de recuperarnos unos a otros y quizá dejar de ser simples “ensayos” de humanidad.