Alejandra, trapecista en el circo de la droga

Por: Isela Mendoza

Mi vida ha sido un circo, he caminado, he corrido y he querido hasta volar, he tenido tropiezos, me he querido levantar, pero hay veces que me cuesta demasiado, hay veces que siento darme por vencida y hay veces que deseo dejar todas las cosas malas, pero no puedo, hay algo dentro de mí que me hace cometer los mismos errores, o algunas veces errores peores.

         He vivido durante mucho tiempo haciendo cosas que no son bien vistas por las demás personas, por la sociedad, o hasta por mí, sé que estoy en un error, y no me gusta hacerlas, pero hay algo dentro que me hace repetirlas, tal vez suene muy estúpido, pero hay veces que no sé ni quién soy ni por qué he llegado a tales extremos.

         Soy una chica titulada de una ingeniería, tengo una familia con buena posición económica, tengo buenos hermanos, una excelente madre y una imagen que si bien no es la perfecta, tampoco es lo que en verdad soy.

         Soy doble cara, tengo doble vida y doble moral, soy un ángel rojo por decirlo de cierta manera.

         Siempre he tenido un sueño en mi mente, siempre he querido tener éxito, poder, dinero, belleza y popularidad con todo mundo, sin embargo no he tenido nada de ello, no he podido conseguir nada de eso y me siento cada día más vieja y con menos posibilidades de conseguirlo.

         He andado por lo peor y he viajado también por muchos lados que me han dado cultura, pero desgraciadamente probé la manzana envenenada y me estoy pudriendo por dentro.

         Llevo once años inmersa en un ambiente que me ha ido destruyendo por dentro, poco a poco, tanto emocional como físicamente.

         Antes, yo era una chica bella, delgada, saludable, atleta, simpática, comprensiva y demás calificativos buenos, ahora soy todo lo contrario, y no me gusta, pero no sé qué hacer para cambiar esta vida a la que me he acostumbrado durante una década.

         Aprendí a fumar, cosa irrelevante, aprendí a tomar, algo no trascendental, lo que sí me hundió comenzó cuando descubrí que no tenía límites, que no sabía cuándo parar ni decir que no, fue en ese momento en que me convertí en una mujer que está sola, con una relación destructiva y con bastantes problemas sin resolver.

         Los amigos son siempre el primer vínculo para hacer tonterías y locuras, los aliados, en mi caso no fue diferente, tengo un sinfín de los cuales yo sé que en realidad me engaño al nombrarlos así, ya que ninguno de todos ellos merece ese título.

         Hace once años, ingresé a un instituto católico, una preparatoria a la que yo no quería acudir, pero por necedad de mi madre ahí me encontraba, ya que supuestamente era el mejor instituto, donde podían enderezar el camino por travesuras que venía arrastrando, y digo supuestamente, porque la escuela daba una imagen y la realidad era otra. Fue ahí cuando conocí la porquería en la que me fui involucrando poco a poco, ahí aprendí a drogarme, ahí comencé a ser adicta a la cocaína, ahí descubrí que los mismos sacerdotes violaban a las alumnas y que los internos del lugar eran rescatados por el mismo sacerdote de barandillas cuando caían ahí una vez por semana.

         En ese lugar conocí a una chica llamada Teresita, la cual había sido cliente frecuente de anexos, de clínicas de rehabilitación y de grupos de alcohólicos anónimos, ahí caminaban los peores estudiantes, pero de familias con dinero, eso cubría un poco lo malo de esas personas. Como teresita, que se convirtió en mi amiga de clase y mi amiga de fiesta, estaba acostumbrada a otro tipo de vida en la cual me fue involucrando, la primera vez me llevó a casa de un narcotraficante. Ahí se respiraba polvo, y no precisamente del smog de la ciudad, sino polvo blanco, mientras ella se acostaba con el hombre casado, yo inhalaba cocaína y bebía vodka en la sala.

         Vivía con mis padres en ese tiempo, pero la verdad nunca me importó lo que hacían ni a qué hora llegaban a la casa o si desaparecían o no, así me la pase un año conviviendo con un narco y con cocaína, hasta que pues lo inevitable pasó, me corrieron de la escuela y tuve que dejar lo elegante por algo más común, tuve que dejar los coches y los lujos ya que en la otra escuela eran un poco más accesibles por decirlo de cierta manera.

         Concluí la preparatoria, pero me junté con unos chicos a los que les encantaba hacer las mismas cosas, ponerse hasta la madre y no llegar a su casa por las noches, acostarse con quien se pudiera, y claro, drogarse hasta que ya no hubiera más.

         Tenía cuatro “amigos” que siempre estuvieron ahí para echarme porras si acaso me rajaba a inhalar más, ellos también lo hacían en cantidades grandes, ahí tuve que aprender a robar cosas de mi casa, joyas de mi mamá… el dinero no me alcanzaba para seguir comprando cada día más cocaína y más alcohol.

         Aun así me divertía mucho, aun así tenía “buenas” calificaciones, ya que nunca pensé en abandonar la escuela, quería demostrarle a todo el mundo que yo podía terminar mis estudios superiores y sí, así lo hice, aunque en el camino dejé mi dignidad como mujer.

         Mi madre intuía el rollo de mi drogadicción, pero nadie le aseguraba las cosas, me hacía exámenes periódicamente en laboratorios clínicos para checar qué es lo que había consumido; no sé si los químicos eran tan malos, o fue obra de Dios, o mera suerte, pero siempre salía negativo, algo que hasta la fecha sigo sin entender, pero así mi madre no tenía cómo comprobarme nada.

         Cambié de ciudad apenas a mis 18 años, era el momento que yo había soñado, era el día en el que mi mundo cambiaria aún más.

         Llegué a mi nueva casa, sola y con la necesidad de drogarme tan a gusto como quisiera, tan libre de dejar cocaína sobre la mesa de la cocina, sobre las escaleras, sobre la cama, sobre donde yo lo deseara, estaba sola en un mundo tan grande.

         Me dispuse a conocer cada uno de los antros, bares y comedores de la ciudad, no quería que quedara ni uno solo por visitar, esa fue mi meta y vaya que lo conseguí, mis padres seguían apoyándome económicamente, tanto como yo necesitara, y yo me divertía a lo grande, me volví una persona fácil, que se emborrachaba hasta perder el conocimiento, que amanecía en cualquier motel de la ciudad con tipos extraños, o en el peor de los casos… sola, ya que me habían abandonado ahí. También metía hombres a mi casa, hombres que apenas conocía en una noche y ya me acostaba con ellos y no me importaba nada.

         En una ocasión me acosté con siete hombres en una misma habitación, parecía un trapo, y todo a cambio de droga, en ese tiempo solo conocía la coca, hoy ya un poco más.

         Lo realmente feo comenzó cuando salí de la universidad, en cuanto recibí mi título, ahí fue cuando lo malo comenzó, cuando se suponía que todo debería ser excelente para una chica egresada, fue totalmente lo contrario, ya que mis padres dejaron de apoyarme económicamente, me dijeron que ya era la hora de que me pusiera a trabajar y a rascarme con mis propias uñas, cosa que no sabía hacer, ya que siempre había estado acostumbrada a estirar la mano y recibir dinero.

         Sola, con una casa que mantener, renta que pagar, servicios que cubrir, y cuatro grandes adicciones: la fiesta, el alcohol, los cigarros y la cocaína, así que me cambie de casa, a una pocilga, una en donde aún había vigas de madera y boiler de leña, era lo único que podía solventar, mi mundo rosita se había hecho gris, y estaba a punto de cometer los peores errores de mi vida, esos errores que me siguen jalando y que no puedo dejarlos en el pasado.

         Mis padres sabían que tenía un trabajo, ni siquiera recuerdo en qué les mentí, porque soy experta en las mentiras, pero en realidad no hacía nada, en realidad trataba de conseguir dinero fácil, así que por juntas y azares de la vida conocí a una mujer que me llevó a una cantina, a una cantina donde trabajé de fichera.

         Esa cantina en la actualidad está clausurada, me quiero imaginar por qué pero la razón real la desconozco, ahí yo era la sensación, ya que las demás ficheras o pirujas como las llaman eran gordas y feas y sinceramente yo soy bonita y en ese tiempo tenía un cuerpo… bueno eso decían los pinches borrachos.

         Ahí llegaba yo a las dos de la tarde y la hora de salida era variable, a veces me iba con los clientes al motel, a veces me iba a seguir la fiesta con las ficheras, o me iba con mis amigos a algún antro.

         Me daba un poco de asco tener que acostarme con cuanto hombre me ofreciera dinero o droga, me acostaba con quien fuera y no hace falta explicar lo que hacía dentro de una habitación por dinero.

         Siempre estaba drogada, ya iba con un tirador que nos vendía a los clientes y a las trabajadoras, basta decir que tomaba diario sin falla, excepto los domingos ya que ese día no abrían la cantina.

         Me hice de muchos clientes que me invitaban. Lo más que llegue a juntar diario fueron 900 pesos, imagínate cuántas cervezas me tenía que tomar si por cada una que pagaba el cliente yo recibía entre 15 y 25 pesos. Aparte me daban otros pesos por dejarme tocar los seños o hacer “otras cosas”, lo más que me pagaban por tener sexo eran mil pesos.

         Llegué a un punto en el que me ponía tacones y minifalda y me paraba en la esquina a esperar que alguien me levantara y me llevara a eso…

         Con ese ritmo duré un año, tenía que hacerlo, de ahí sacaba para pagar la renta, comer y salir a divertirme, e incluso para comprarme unos cuantos zapatos o bolsas, un cliente me compró la sala de mi casa, había de todo, también había quienes se aprovechaban de mí y al final no me pagaban ni un solo peso… putos hediondos.

         Con mis amigas decidimos probar suerte en un teibol, no nos costó mucho trabajo, de hecho era más nice que una cantina y “subiríamos” de categoría.

         Mi horario del teibol era de las 9 de la noche a las 6 de la mañana que llegaba a mi casa, me dormía hasta las dos o cuatro de la tarde y de nuevo todo para conseguir droga y alcohol… ya en ese tiempo inhalaba como desesperada y cada vez quería más, aún se me antoja, aunque tengo ratito que no lo hago se me antoja buscar esos clientecitos que tenía.

         Después de un año y medio mis padres nunca supieron de qué trabajaba o en dónde, nunca los visitaba, ni ellos a mí, así que no había problema, y mis amigos fuera de ese ambiente tampoco sabían que tenía otro tipo de vida, de hecho, siempre han creído que soy la hija de papi que tiene el dinero del mundo, cuando la verdad, mis papás se olvidaron de mí y he tenido que sobrevivir de este modo.

         Hace dos años comencé a buscar un trabajo decente, trabajo de mi profesión, pero como no tengo experiencia pues es muy complicado.

         Ocasionalmente salgo con amigos y me drogo un poco, ahora tengo más a la mano el éxtasis, es más fácil de conseguir en las fiestas y me gusta al igual que la cocaína, he dejado las borracheras en exceso… aunque hay días que se me prende la mecha y me dan tantas ganas de beber, drogarme y tener sexo, pero me controlo aunque no estaría por demás que me cayeran nuevamente unos cuantos pesos extras.

 

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