Por: Alma Cecilia Barajas Acosta
“…los libros que nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo, viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu. En la tienda nosotros los vendemos y los compramos, pero en realidad los libros no tienen dueño”
(Extracto de “La Sombra del Viento” de Carlos Ruiz Zafón).
Tal vez las hemos visto, quizás a veces pasamos frente a ellas sin darnos cuenta de su existencia. Las librerías de compra-venta, donde hay incontables estanterías repletas de obras antiguas, releídas, usadas, recicladas, aunque algunas incluso nuevas. Esos pequeños rincones que tienen el objeto ideal para mágicamente escapar de la realidad: un libro.
Para quien no conoce el placer de perderse entre páginas de papel, estos sitios pasan desapercibidos, sin saber que están ahí; pero para un verdadero lector, la existencia de un lugar así, el observar los estantes llenos de libros, es el paraíso perfecto.
Adentrarse en estas librerías genera sentimientos encontrados. Sientes la necesidad de quedarte ahí, examinando cada título, queriendo llevarte los más posibles a casa; pero también hay un dejo de tristeza, porque sabes que esos ejemplares, llenos de palabras, enseñanzas, universos desconocidos, quizá ocupan un lugar equivocado en el mundo, invisibles hacia los demás… olvidados para siempre.
“Me sentí rodeado de millones de páginas abandonadas, de universos y almas sin dueño, que se hundían en un océano de oscuridad mientras el mundo que palpitaba fuera de aquellos muros perdía la memoria sin darse cuenta día tras día, sintiéndose más sabio cuanto más olvidaba”.
El negocio casi extinto
En las cercanías a la Casa de la Cultura y al templo del Carmen, en Morelia, existen alrededor de cuatro librerías viejas. Recuerdo que antes, sobre la calle Eduardo Ruíz, había al menos tres; ahora sólo quedan dos; una de ellas es la Librería Espiral, la más pequeña.
La “Espiral” abre a partir del mediodía y hasta las 4 o 5 cinco de la tarde debido a dos factores: el lugar donde se encuentra ubicada más tarde se vuelve inseguro, y la falta de clientes. Como comenta su dueña, la señora Patricia Corral, el negocio de la venta de libros usados ya no es como antes, ha ido decayendo con el paso del tiempo, en palabras de doña Patricia “aquí ya está muerto. Esta calle está para llorar. Anteriormente uno sí se podía mantener del negocio de la compra y venta de los libros, pero eso era 15 años atrás”.
Ahora, si se mantiene un lugar como este abierto es por simple hobbie, por amor a la literatura y por la esperanza de que en algún momento el negocio quizás no vuelva a lo que fuera antes, pero que al menos prospere un poco más.
De igual forma, la señora Emma Michelle, encargada de la librería “Punto y Línea” ubicada en la Calle del Trabajo, comenta que el negocio que ella empezó hace más de 3 años junto con un socio no ha sido lo que esperaban. “Estamos con la finalidad de mantenernos de aquí, hay veces que no nos alcanza, sólo para lo básico. Sólo para el gasto”.
Adopción accesible, pero caro alojamiento
“Punto y Línea” comenzó con los ejemplares que cada uno tenía en su casa y así con el paso del tiempo su número ascendió hasta la aproximada cantidad de tres mil ejemplares que tienen actualmente. Sin embargo, a pesar de que reciben libros en cualquier estado –si alguno está muy deteriorado, se les da una restauración básica-, son muchos más los clientes que venden que los que les compran.
Adquirir un libro en estos sitios es obviamente más económico que comprar uno nuevo, pero el problema es que no se venden, que se quedan ahí y para los encargados de las librerías eso significa una gran pérdida, porque los gastos que ellos deben de cubrir siguen estando ahí.
“A veces un libro lo puedo revender en dos veces el precio en que lo compré, pero eso no indica que se vaya a vender pronto, puede tardar mucho tiempo en que eso suceda y yo tengo que pagar renta, agua, luz, impuestos”, expresa la señora Emma.
No sólo se venden libros, se vende arte
“Todo comenzó por la trillada frase de amor al arte” dijo Mario Conejo, ciudadano moreliano que tuvo la iniciativa, junto con otros escultores y pintores, de promover algo de lo que actualmente la ciudad carece, algo que prácticamente se está extinguiendo, el arte.
“Línea Babel” es el nombre del pequeño espacio ubicado en la calle Morelos Norte, casi esquina con la plaza del Carmen, sitio donde todo amante de la literatura y del buen trabajo artístico querrá adentrarse y recorrer con toda calma los coloridos pasillos de su interior, prácticamente la entrada a otro mundo.
‘Si un lector no te quiere, la recicladora te espera’
Recuerdo haber leído alguna vez que cuando alguien lee un libro, un árbol sonríe porque sabe que habrá vida después de la muerte. Suena poético, sin embargo son pocas las ocasiones en las que eso llega a suceder, por lo menos en nuestro país, donde el promedio de libros leídos al año per cápita es poco menos de cuatro, cuando en otros lugares como la India, sus habitantes le dedican a la lectura un promedio de 10.7 horas a la semana.
En estas librerías hay tantas historias, tantos mundos increíbles que esperan ser descubiertos; sin embargo Emma Michelle tristemente comenta que mucho de lo que se compra no se vende, que hay libros muy buenos que, al encontrarse sin dueño, se tienen que despedir e ir a parar a la recicladora de papel.
Igualmente el señor Mario Conejo explica que esto sucede “no porque el libro sea malo; si tú tomas el libro, está precioso el tema. Es más, nos han traído libros nuevos, que vienen en su celofán, pero no tienen demanda. Intentamos donarlos a escuelas, pero muchas veces no los quieren. En más de una ocasión nos ha tocado llevarlos al reciclaje porque no podemos pagar un espacio nada más para guardar cosas”.
Comprar historias ahora es un lujo
Adquirir una nueva novela hoy en día significa pagar una cantidad mínima de trescientos pesos. Los costos de los libros se han incrementado y más si el que se quiere obtener es algún best-seller o edición especial; sin embargo, lo que más ha propiciado la falta de compras es la situación económica que se vive en el país. Como dice la señora Patricia Corral, “la lectura también ha decaído por la economía; si no tienes para lo más indispensable, mucho menos lo tendrás para leer”.
Por lo anterior, personas que conservan el gusto por la lectura se han visto obligadas a recurrir a la piratería. Actualmente la piratería está en todos lados, discos, películas, videojuegos y los libros no se podían quedar atrás. Un lugar donde encontrar fácilmente este tipo de mercancía es en los puestos de revistas, sitio donde la gente aprovecha para vender las novelas más recientes, los clásicos más buscados, a un precio casi menos del doble que el de su versión original.
Mario Conejo, uno de los fundadores de Línea Babel opina que “La piratería no está padre, pero ahí está. De alguna manera es una respuesta al factor económico. Es inevitable”.
Si en realidad un lector quiere ahorrar dinero, dice Patricia Corral, puede recurrir a las tiendas de compra y venta de libros, donde un ejemplar original quizás resulte más barato que uno pirata. “La piratería de libros es una competencia muy desleal. Perjudica a todos incluyendo a los escritores”.
En coincidencia, al leer, no importa si es un libro nuevo, viejo, usado, prestado, heredado; no importa si existen los libros en pdf o dispositivos electrónicos, pero nunca, nada se comparará con el placer de sostener un libro entre las manos y hojearlo dejando que el único aroma que no se le ha ocurrido al hombre embotellar, sea sólo el que puedas disfrutar.
Las librerías viejas ahí están, como una parada temporal, con sus estantes esperando a que nos perdamos en ellos, negándose a ser letra muerta; libros aguardando la oportunidad de enseñar los mundos que esconden sus páginas.