Hipólito Mora narra el surgimiento y el presente del movimiento autodefensa
Por: Juan Luis Pérez
Fotografía: Jacqueline Ramírez Ramírez
En las primeras horas del 24 de febrero del 2013, el país despertó con una imagen que parecía sacada de los libros de historia, de una época revolucionaria en pleno siglo XXI. Un gran número de civiles originarios de la Tierra Caliente en Michoacán portaba armas de grueso calibre en señal de una declaración de guerra al crimen organizado que durante años había convertido su vida en un auténtico infierno. Estos individuos se hacían llamar a sí mismos “autodefensas”.
En ese momento poco se sabía de estos grupos paramilitares y los efectos que un movimiento armado de dicha magnitud podría generar a nivel estatal, nacional e internacional. Hoy, cumpliéndose tres años del levantamiento armado, la Agencia Cero:60 viajó a la localidad de Felipe Carrillo Puerto (La Ruana), en el Municipio de Buenavista, Michoacán, para conversar con el primer líder autodefensa: Hipólito Mora.
A continuación, la primera, de cuatro entregas de periodicidad semanal, de la entrevista que este medio realizó a Hipólito Mora:
-¿Quién era Hipólito Mora antes del levantamiento armado?
“Un agricultor. Yo empecé a sembrar algodón a los dieciocho años de edad en un terreno que me regaló mi hermano el mayor y desde entonces me he dedicado a la agricultura; aquí nací, en Felipe Carrillo Puerto, y estoy acostumbrado al campo. He tenido oportunidades de salirme a vivir a otro lado pero no he querido, yo vivo a gusto aquí”.
–¿Por qué Hipólito Mora es el líder de las autodefensas en La Ruana?
“Por dos cosas importantes: Una, por el carácter que tengo desde jovencillo. Cuando estaba en primaria… secundaria, me respetaban todos los compañeros y eso que a mí no me gusta llevarme fuerte con nadie; tenía ese liderazgo desde joven y el carácter muy fuerte. Y otra cosa
muy importante, que va de la mano, soy muy sensible. Soy muy sensible cuando veo que alguien está sufriendo, cuando veo que alguien tiene alguna necesidad y no hay quién lo apoye. Por esos dos motivos es que me atreví a convocar al pueblo a una reunión e iniciar este movimiento”.
-¿Cuál fue la gota que derramó el vaso para que usted decidiera tomar las armas?
“Yo me dedico a la producción de limón y ya no dejaban que cortáramos. Los (Caballeros) Templarios tenían el control de las empacadoras. (Ellos) decidían a quién recibirle, cuánto limón recibían y qué día se cortaba a la semana. Hubo veces que la gente apenas entraba a trabajar, llevaban una hora cortando cuando le hablaban al dueño de la huerta y le decían ‘saca a tu gente, no ocupamos limón, tráete el que tengan nada más’, entonces llevaban alguna cajita, máximo dos, y ahí se estaban ganando diez o veinte pesos al día.
“Me ponía a analizar todo esto y decía ‘¿cómo regresa esa gente a su casa con sus hijos?, si para irse a trabajar o en el desayuno, ahorrando, un cortadorcito de limón se gasta treinta pesos, y treinta o cuarenta en el desayuno. ¿Qué sentirán si tienen niños chiquitos y se les acercan papi, papi, dame para un refresco, o papi dame para un dulce’. Es lo que analizaba yo, cómo le hará esta gente para vivir y fue naciendo la idea en mí.
“En ese tiempo estaba todavía La Familia Michoacana, estaba todavía Felipe Calderón como presidente, y empecé a platicar con algunos amigos de toda mi vida, de confianza, y la mayoría me decía ‘ni lo menciones’, ‘yo no te acompaño’, ‘yo ni voy a platicar de lo que me dijiste’.
“En una ocasión, le dije a mi esposa ‘¿sabes qué?, yo me voy a la Ciudad de México; esto es insoportable, voy a tratar de ver al presidente’. Sé que era casi imposible verlo, yo soy consciente pero yo así soy, como que me gustan los retos. Y que me voy a la ciudad de México.
“Ahí andaba alrededor de Los Pinos como loco, queriendo que me dejaran entrar para ver al presidente. Quería decirle lo que estábamos viviendo, que diera el apoyo para hacer esto”. No lo consiguió.
-¿Cómo fue que usted invitó a los habitantes de La Ruana a levantarse en armas?
“Insistí con los amigos hasta que logré reunir como a unos cinco. ‘¿Cómo le vamos a hacer?’, me dijeron, ‘no tenemos armas, no tenemos dinero’. Pues yo sí tenía algo, y desde los diecisiete años empecé a usar arma; tenía una escopeta de un tiro que hizo un señor aquí, una de cinco tiros y un cuerno de chivo prestado. Le dije a los muchachos ‘yo tengo estas’. Y ya otro ‘yo también tengo mi pistola’ y otro ‘yo también’ y así.
“Les dije ‘yo lo único que necesito es que tengan el valor de ponerse al frente del pueblo ahí conmigo’, algo increíble, y lo digo increíble porque tenía terror de hablar en público. Siempre en mi trabajo era pasar por la gente que me llevaba para trabajar, a mi siembra; salíamos a la una, dos de la tarde, nos regresamos, los dejaba en su casa y yo me venía, esa era mi vida; simple. Casi no convivía con nadie. Toda La Ruana me conoce de siempre pero no platicaba yo casi con la gente, pero todo el pueblo me respetaba.
“Que voy con un cuate que anuncia en un carrito y le di un escrito invitando al pueblo a una reunión urgente; no le puse quién los estaba convocando. Mando a una persona ahí al jardín (punto de reunión) ‘quédense ahí, cuando se llene el jardín me llaman’, y voy, y sí, ya está lleno, y le hablo a los que iban a ir conmigo y que se me rajan.
“Estaba un chamaco que de niño me había ayudado en las vacas, medio locochón, ya tenía veinte años. Yo estaba bien enojado y que le digo al chamaco ‘¿te animas? Yo soy el que lo organizó’. Y que le digo a mi hijo, el que murió, está por ahí una foto, le digo ‘ve y busca al Tribilín’, un albañil cansado de lo que estaba pasando. Que viene.
“Me dijo ‘yo me pongo contigo ahí. Si ahorita la gente no nos sigue, me regreso, yo ya tengo la maleta lista y me pierdo de aquí, de La Ruana, porque nos van a matar estos cuates. ¿A dónde vas a ganar tú?’ Y le dije yo me regreso a mi casa y ahí los espero, yo de aquí no me salgo, que vayan veinte, treinta, cincuenta o cien a tratar de sacarme. Ahí les voy a pelear, no me importa que me maten, pero La Ruana no se las dejo. Llegamos, ya estaba lleno, nos subimos al templete y ahí (cubierto del rostro) que me le aviento al pueblo.
“Lo juro por Dios que sin ningún respaldo de narcotraficantes ni de ningún cártel, solamente contábamos con lo que les acabo de platicar. Lo juro. Era con todo lo que contábamos y con la esperanza y la fe en Dios de que la gente me siguiera. ‘Yo los convoque a esta reunión, quien quiera defender sus derechos, pásense a este lado conmigo’, dije. ‘El que tenga armas vaya a su casa, lo que tengan’. Se van todos y regresan con lo que tenían, otros no tenían nada.
“Cuando mucho contamos cincuenta armas entre todos y éramos unos doscientos sesenta. Me bajo del templete y voy caminando y se me acerca un chamaquito y me dice: ‘¡Hipólito, Hipólito, yo estoy contigo eh!’, y yo encapuchado, y luego se me arrima otro ya de mi edad casi y me dice: ‘¡Don Hipólito!’ y me abraza, ‘yo estoy con usted’, empiezo a reírme, ¿para qué quiero la pinche capucha?, me la quité y toda la gente se animó de volada a seguirme.
-¿Cómo se vivió el movimiento autodefensa en La Ruana?
“Fuimos a todas las casas que tenían (los Caballeros Templarios), tenían puro carro de lujo, con reporte de robo, carros muy buenos, casi todos nuevos. Los agarramos nosotros para movernos porque la gente que traía yo, puro cortador de limón, puras bicicletas o motos. En algunos encontramos armas. Empezamos a hacer las barricadas a las entradas del pueblo y les dije: ‘aquí no entra nadie. Si llegan los Templarios, no vayan a correr. Primero que nos maten”. Estuvimos, con amenazas todos los días. A mí exactamente nunca. Ni el Chayo ni la Tuta se atrevió a llamarme un día. Nadie. Le hablaban a algunos de los muchachos que andaban conmigo.
“Varios narcotraficantes del pueblo que eran socios del Chayo y de la Tuta, se fueron de aquí., porque el Chayo les dijo ‘Sálganse, quince días máximo y está muerto Hipólito Mora y los mugrosos’. Y se salieron. Dejaron casa con todo y bienes pensando que en quince días estaríamos muertos.
“Fue el 24 de febrero de 2013 cuando nos levantamos en armas, y el 28 de abril que nos llegan a las cinco de la mañana, yo creo que unas cuarenta camionetas. Un calibre cincuenta, lanza granadas, cuernos, calibre sesenta y nosotros con los pinches cuernillos, R-15, escopetas. Había un chamaco que traía una resortera…
“Nos cayeron a las cinco de la madrugada y nos trenzamos ahí. Nosotros éramos como unos cincuenta yo creo. Los soldados estaban hasta la plaza de toros; se les pasaron las primeras camionetas.
“Aquí tenía yo a los muchachos, otros en el crucero y que me avisan: ‘Viene una caravana de Templarios acercándose a La Ruana. Se acaban de salir los soldados’. Que los paro. Le dije al capitán, ‘no se vaya, viene una caravana, ahorita va a llegar a La Ruana’ y dice ‘no, tengo que ir a Buenavista’, le digo: ‘señor, van a llegar ahí y ustedes no van a estar’. Me sorprendió lo que me contestó: ‘tú ya sabes cómo hacerle’, así me dijo, y que se va.
“Entonces, escuchamos en la radio ‘ahí vienen, ya, ya vienen. Oye, ocupo apoyo, ya se me metieron estos hijos de…’ Y que corremos todos a la camioneta. Yo lo que pensé era me los van a matar a todos. Ahí me di cuenta que para una guerra o para una revolución, o para algo, lo más importante es el líder. Me di cuenta ahí porque se quedaron ahí, ya no querían llegar. Les dijo: “No, no, no, vamos acá, vénganse rápido” Lo recuerdo bien, y que me quito el sombrero. Que agarro el cuerno y les dije “¡Vénganse!” Y que corro y ahí en la calle dejé la camioneta y corriendo así pegado a la orilla y que se van todos detrás de mí.
“Si yo me quedo con ellos ahí acobardado, nos matan a todos. Nos mataron a cuatro. Llegamos y llegamos a la esquina esta de aquí, está un taller de motos y la balacera. Y que les digo a los muchachos “No dispare nadie” y empecé yo por los radios “Timo, timo, timo, ¿De quién es la camioneta esa que está en frente de ustedes?, ¿de quién es, de quién es? Y estaba hacia acá con las luces prendidas. Ya no contestó… ya lo mataron.
“Los templarios se chivearon, empezaron a correr, dejaron las camionetas abandonadas y empezaron a correr para el monte, ahí por las huertas. Amaneció. Duramos dos horas. Cuatro camionetas ahí, una incendiada, el chofer arriba, ahí se calcinó. Otros sobre el piso, bajando la camioneta. Muertos por dónde quiera. Por dónde quiera muchos muertos; de nosotros cuatro. Fue el 28 de abril del 2013. Esos siete soldados que dejó el capitán ahí, pelearon como si hubieran sido cien. Bonito.
“Luego llegaron los federales y nos apoyaron también y peleamos: Federales, soldados y nosotros. Amanece, llega todo el pueblo, había mucha gente con armas apoyándonos, llega al final pero muchísima gente. Pues yo, bien desesperado, caminando y de ver a los muchachos muertos y se me suelta (acerca) un comandante de la Policía Federal que nunca he podido localizar y me dice: ‘Don Hipólito, ¿me acompaña poquito por favor?’. ‘Si, cómo no’. Me jala a la patrulla, la abre y saca un costal a la mitad de cargadores de cuerno de chivo, todos con tiros. Y dice: ‘Tenga, dele a su gente’. Y Luego saca un chaleco y me dice: ‘Le regalo este chaleco señor. Usted es el blanco. Usted debe traer chaleco hasta para dormirse porque, si le traían ganas, con esto que acaba de pasar, va a ser peor todavía. Por favor, póngase el chaleco y no se lo quite para nada’ Y, nunca he sabido quién es. Nunca había visto tanto gobierno junto y dividido hasta esa semana. Me ayudaron soldados y federales, no sé de dónde.
“Luego se levantaron más pueblos y más pueblos, pero ya lo demás era, como dicen por ahí, era nada más un churro. Se infiltró todo en los demás pueblos”.
-¿Quién armó a los grupos de autodefensa?
Hipólito Mora permaneció en silencio por un par de segundos mientras me miraba fijamente, acto seguido soltó una pequeña risa y tras un suspiro, contestó…