Fernando Ortiz o la necesidad de soñar
Por: Andrea Esparza Bustamante
“Luz”, en esa palabra que irradia resume su infancia Fernando Ortiz Rojas, director de teatro nacido el 11 de marzo del año 1951 en la Ciudad de México. Y explica: “Hace algunos años terminé la licenciatura en Teatro y me pidieron que escribiera cuál fue mi primer contacto con el arte: un día llegando a la casa, mi tío estaba dibujando una virgen María con gises de colores. Tengo el recuerdo de que volteé y vi luz en un cuarto oscuro y sombrío. Después entendí que eso me dejó una huella, decidí estudiar pintura y ahí fue donde comprendí la luz. Mi trabajo teatral en los últimos 20 años, tiene que ver con la luz y en cómo la utilizo.”
Tarde soleada, ya es primavera y abunda el calor. La Calzada Fray Antonio de San Miguel mejor conocida como San Diego, es el escenario, qué mejor lugar para una semblanza y hablar de luz.
Por un instante, sus ojos se pierden en un mar de recuerdos… piensa en una anécdota para ejemplificar la importancia de la luz. Evoca sus primeros viajes a la playa michoacana de Maruata hace más de treinta años cuando era una comunidad sin luz, con un estilo de vida muy diferente al de hoy. “Cuando entró la luz, el estilo de vida cambió radicalmente”.
Fernando explica que no obstante su certeza de dedicarse a la pintura, su vida dio un giro completo cuando descubrió el teatro: “Me encontraba pintando un mural en una fábrica, en el patio había un grupo de teatro montando una obra y todos los días veía los ensayos desde lo alto de un andamio. Un día, ese grupo necesitaba un director y yo me ofrecí porque conocía toda la obra. Terminé dirigiéndola y decidí dejar de pintar”. Ahora sólo pinta de vez en cuando, pero no profesionalmente.
¿Qué hiciste para perseguir tus sueños?
“Siento que eso que nos dicen acerca de gente que ha luchado toda su vida con todas sus fuerzas, son puras ideas baratas que nos venden. Yo nunca tuve grandes expectativas en la vida. Solía pensar que si llegaba a tener una moto con ‘cajita’ atrás podría pasear con mi esposa y mis hijos –cuando los tuviera. Nunca soñé con viajar a otro lugar, ni hacer cosas extravagantes. Aquello que me gusta siempre lo he hecho, con el aval o sin el aval de la gente que está a mi alrededor”.
Fernando Ortiz hace una pausa, reacomoda los lentes en su nariz con el dedo medio de la mano izquierda, es un gesto reiterativo. Gesticula sin hablar. Es teatrero, se nota a leguas.
Prosigue:
“Tal vez la gente me ha dicho que podría haber hecho mi vida de alguna otra manera, pero siempre he sido persistente. Creo que eso de luchar contra las fuerzas del destino, son mamadas. Aunque claro que me ha costado trabajo hacer teatro, tanto con el tiempo como con el dinero. Pero eso no quiere decir que pensaría en cambiar la dirección de mi vida”.
¿Para ti qué es hacer teatro?
Es como la necesidad de soñar, de hacer lo que quieres.
Teatrero, caminante, bailarín…
En su familia fue caso único: “Ninguno de mis dos hermanos se dedicó a hacer algo como esto, uno es guía de turistas y otro se dedica a los bienes raíces”.
Acota: Lo que hago no lo determina el dinero, y aunque he recibido becas por algunas producciones, no hago teatro para venderlo. No hago proyectos para vivir de ellos. Yo hago teatro fuera del tiempo que uso para buscar cómo comer; y aunque a mi familia le da gusto ver lo que hago, no tienen la formación que se requiere para entenderlo”.
Ortiz Rojas ha construido su historia en el teatro basándose en la intuición, y eso, asegura, le ha dado resultado la mayoría de las veces. Disfruta dirigir las obras escritas por William Shakespeare “porque han mostrado la esencia del hombre: todos somos tan malos como tan buenos. Podemos ser unos asesinos en potencia, si se dan las circunstancias puedes llegar a matar. Esto te lo dice [Shakespeare] con sus personajes: no son buenos ni malos, pero depende de las circunstancias y hoy por hoy, sigue siendo la base de la estructura dramática”.
Uno de sus grandes pasatiempos es caminar: “Lo disfruto mucho, voy a pie del trabajo a mi casa o camino para dar la vuelta por ahí.” En algún tiempo caminaba largos trayectos, de Morelia a Atécuaro, por ejemplo. Sin embargo, problemas de salud lo han alejado de esta actividad.
“Si yo no pudiera dirigir ahora, me gustaría bailar. Cuando llegué a Morelia, hace aproximadamente veintiocho años, sobreviví dando clases de baile de salón porque en la Ciudad de México siempre me iba a bailar a salones de baile. Fue de las cosas que más extrañé porque en ese entonces no había lugares para bailar aquí. Soy bien bailarín”.
Nomás porque en la universidad los maestros de periodismo le dicen a uno que hay que dudar de todo, me puse a investigar sobre las habilidades dancísticas del entrevistado, y sí, todas las versiones coinciden: sabe mover el bote, arrastra bien el mocasín.
Fernando Ortiz admite que actualmente no tiene ídolos ni modelos a seguir, aunque claro, de joven sí los tuvo: “Como joven con ideas de revolución, en aquellos tiempos tenía a Lenin como un grande. En la pintura admiraba a Goya y a Vincent Van Gogh; en México a Diego Rivera.
Michoacán, su teatro, su público y los aplausos acríticos
Fernando Ortiz es directo cuando se le pregunta sobre el teatro michoacano: “No sé mucho porque tiendo poco a meterme a la dinámica de los grupos de la comunidad teatral. Normalmente me cierro en mis proyectos, me meto a trabajar en ellos. Tuve más relación cuando era funcionario”. (Fernando fue Jefe del Departamento de Teatro de la Secretaría de Cultura de Michoacán durante el sexenio de Leonel Godoy y una aproximadamente de la administración de Fausto Vallejo).
“Creo que el teatro en Michoacán no es ni bueno ni malo, simplemente es. Es el teatro que podemos hacer. Si no tenemos un público formado no va a pasar nada extraordinario, porque no van a exigir nada. El público se va a parar y les va a aplaudir, sea bueno o malo el teatro. Puedes ver la diferencia en el trabajo de los actores, en el cuidado de la escenografía, de la iluminación… pero la gente lo va a ver igual. Esto es resultado de que no hay público crítico, ni siquiera existe una prensa crítica o cultural que tenga una formación, además, para los periódicos el área de cultura no importa. Si la situación del teatro en el estado se las ve difíciles es por culpa de la ignorancia que hay. No lo podemos ver de otra manera, es la falta de educación cultural de las personas.”
¿La solución sería darle más difusión a las propuestas, digamos, alternativas?
No es que se necesite más difusión, se necesita que los medios de comunicación tengan un interés verdadero, pero a éstos no les importa porque su única preocupación son las ganancias: si no les genera ganancia, no lo van a difundir. Además, la gente prefiere irse más por lo popular o banal.
Entonces… ¿cuál sería una posibilidad?
No se tiene que tratar de mejorar el teatro en sí, sino las condiciones educativas y económicas de la sociedad. Es el mismo sector que va a todos los eventos culturales, el 90 por ciento de la población michoacana no tiene acceso a la cultura, sienten que no es para ellos o que nada tiene que ver con lo que son. Tendríamos que cambiar la educación desde la raíz.
¿Tú, para qué haces teatro?
“Es como amar, no puedo dejar de amar, no puedo dejar de respirar, no puedo dejar de hacerlo… Dar funciones para cinco personas tal vez parecería una torpeza, pero yo creo que cuando logras que a una persona (aunque sea sólo una) se le despierte el gusto por el arte, tu trabajo ya valió la pena. Esa persona en la que influiste será parte de aquellos inconformes que buscan cambiar el mundo para que sea mejor.”