Por: Adrián Bucio
El pretendiente de Los Pinos, Silvano Aureoles, despertó a los morelianos con una instrucción: el boletaje para el recinto ferial bajará a 40 pesos. La medida, bendecida por muchos, tuvo su razón de ser en una preocupación principal: los bajos números de la feria en su primera semana.
Desde aquí, el recinto ferial luce como un pedazo de oasis lejano, bordeado de montes. Se puede ver cómo el sol de mayo le pega y cómo se ilumina, como fragua, con el reventar del ocaso.
Hemos pasado ya Atapaneo y varios fraccionamientos aledaños al camino. El recorrido es largo, kilométrico, uno se sale de los ambientes, los deja atrás como si se desprendiera de las múltiples realidades paralelas a la capital michoacana.
Se puede atisbar, también desde aquí, el bulto de la gente que llega en camiones y que va hacia la entrada con un objetivo: zambucarse en otras latitudes, muy apartadas de las que usualmente conocen. ¿Qué otra manera hay de olvidar la realidad? ¿Qué otro sentido tiene el alejarse de la metrópoli para perderse en los “encantos” de un monte?
Yo camino hacia la entrada con la novedad: el gobernador rebajó un 60% las entradas. Pago. Al entrar, se hace notorio el concepto de multitud de masa, acuñado por primera vez en el siglo XX. Veo cómo la multitud de masa comienza a abarrotar una valla en frente de un escenario, en donde horas más tarde se presentará el cantante internacional Miguel Bosé.
“Hemos estado aquí desde las 2 de la tarde”, dicen unas señoras, sentadas en sus bancos, detrás de la valla que separará a las personas “VIP”, las que estarán más cercanas al español, esas que pagaron 2 mil 700 pesos.
No obstante, las señoras están acostumbradas a las separaciones habituales entre los que pagan y los que no. “Este es nuestro cuarto concierto de la feria, nos venimos a plantar aquí hasta que sale el artista. Regularmente sale a las 9 de la noche, y nosotras lo esperamos aquí”, añaden. Emmanuel, Mijares y el dueto Ha-Ash son algunos de los cantantes que han visto en el escenario.
Miguel Bosé
Miguel Bosé sale puntual: son las 9 de la noche. Y el español ejecuta el repertorio que le dio fama a través de los años. Hace un recorrido por los temas que rodearon sus 40 años de trayectoria musical.
Hay mucha gente. Todos corean la música. Luego estallan al escuchar el mensaje de paz de Bosé: “no queremos muros”, las personas responden en apoyo a la referencia sobre las políticas migratorias de Donald Trump. Las gargantas se encienden, tanto de los que pagaron como de los que están detrás de la valla. Y no es para menos, poco más de 3 millones de michoacanos residen en los Estados Unidos.
Curioso el hablar de Miguel, dice “paz”, como si cayera en cuenta de la violencia que invade al territorio michoacano.
Luego se va, no una, ni dos, sino hasta tres veces. Y regresa. Y hace que uno mueva las manos y “saque sus alas” y baile y cante y provoque con “Morena mía” y “Amante bandido” y “Bambú” y “Nena” y recuerde “Si tú no vuelves” y estalle con “Y como un lobo” y evoque el pasado en “Te amaré” y ovacione a Juan Gabriel con “Siempre en mi mente”.
Se despide con un “buenas noches” y aplausos después.
De regreso
El concierto se acaba y la gente se va. Es momento volver. Las personas se marchan y se ven dispuestas a regresar por el camino de donde vinieron. Se ven con ansias de quedarse. Y es que: ¿Qué posibilidades hay de escaparse otra vez de la realidad, si se vive en un país donde los incrementos económicos dependen de juegos de lotería, de azar o de milagros?