Por: Luis M. Morales
La mujer es una persona con complexión robusta, de tal manera que la gracia se nota a metros junto con una sonrisa desesperante, es madre de una joven artista, “La esperanza es lo último que se pierde”, señala mientras su hija se encuentra en reunión junto con otros artistas en el CEPA.
En el complejo se encuentran diversos artistas plásticos que en reunión discuten los puntos a resolver con el presidente municipal, Alfonso Martínez Alcázar, no tengo ni la menor idea de donde han sacado las mandarinas que comen, pero acepto una cuando me la ofrecen. Dentro del espacio alrededor de 10 policías cuidan dentro del inmueble, así como en sus calles aledañas, un número bastante considerable que contrasta con la cantidad de elementos en el bosque Cuauhtémoc, donde las historias de asaltos son variadas e ignoradas.
Según la señora aceptar el lado negativo de las cosas era rendirse, por ello siempre se tendría que apreciar las cosas positivas, realmente se veía tan convencida de poder encontrar una solución viable a la problemática establecida por el gobierno.
El lugar era atractivo para todo aquel que sintiera en correr en sus venas las ansias de la rebeldía, la antigua central camionera fue un sitio sorprendentemente de pie con un aspecto melancólico por la pintura opaca y el ligero aroma a humedad, a las personas les pareció magnifica la idea de pintar algunos murales para crear un ambiente frente a las prostitutas y el cine porno, los rumores se hicieron correr en una velocidad relativamente considerable para colocar a este centro artístico como un mito, unos artistas cortaron las cadenas con unas pinzas, un rumor que sonaba desafiante a cualquiera que lo escuchará y el secreto se ocultó dentro de un archivo burocrático para evitar las acusaciones de allanamiento.
Durante el constante aprovechamiento de los espacios desgastados, distintos artistas llegaron a establecerse uno a uno formando parte de una comunidad cada vez más grande y de esta manera ganando popularidad con una fuerza aún más sorprendente que los propios recintos culturales propuestos por el ayuntamiento.
Claro que al momento que el ayuntamiento supo de las distintas actividades en el sitio las constantes presiones por parte del Estado comenzaron a llegar, cual niño celoso que se establece con el capricho de ser más feliz que todos los demás.
La construcción de una ciudad administrativa y una nueva comandancia de policía “para la protección de las familias morelianas”, se profesaba entre los bien peinados licenciados antes de dirigirse a comer, que de convertir murales a paredes de algún color conformista que distingue a toda aquella ambientación digna de una oficina burócrata, con el terrible aroma a anciana que transpiran las secretarias de mirada perspicaz.
“¡Mientras esté aquí y no adopte algún vicio todo está bien!” la mujer no paraba de sonreír, correspondí, se me hizo amigable por un instante, estaba preocupada, antes de despedirse sacó las llaves de su Toyota y llamó a su hija, jugaba pelota con los demás.
Cinco oficiales custodiaban la entrada, dos en la entrada principal y tres en el interior junto con las obras desinstaladas, en el lugar se respiraba un ambiente tenso, pero en el proceso de negociación las personas involucradas se vieron con esperanzas de lograr el espacio, al menos un poco de él por lo cual los orillarían a reubicarse en mejores instalaciones, según el informe oficial. Claro que durante la constante disputa los medios oficiales hicieron lo que saben hacer.
Para los artistas las promesas comenzaron a ilusionar en gran medida para bajar la guardia. Sin advertir que el gobierno tiene lo que quiere cuando lo quiere fueron desalojados. Las esculturas y pinturas que se encontraban en el lugar fueron eventualmente desalojadas, a la fuerza como siempre, entre los artistas había un sentimiento de decepción y de frustración cuando observaron cómo invadían con cada una de las obras sujetas a sus brazos gordos hacía afuera del recinto.
Para entonces el lugar era más propio que del estado, la tensión se transformó en impotencia simultáneamente que el lugar comenzaba a sangrar mientras los trabajadores continuaban mutilándolo. Casi podías oír los gritos. “Por el bien” de las familias morelianas.
En las banquetas los artistas con una profunda nostalgia se encontraban comiendo mandarina, mientras ven la mutilación con sus propios ojos. Quizás debieron hablar con la señora del optimismo alto también, Ja, carajo.