Por: Adid Jiménez
Pobre mujer, no para de toser. Desde que subió al colectivo libra una batalla incesante contra las flemas. Se cambió de lugar, porque la ventana estaba abierta y el aire le pegaba en la espalda. Y está apenada, que eso quede bien claro: ya pidió disculpas al resto de los pasajeros, especialmente al joven sentado junto a ella, «le vengo tosiendo encima… ¡Ay, discúlpeme!».
Apenas termina las frases: intenta dar explicaciones, pero entonces su rostro se enrojece, las venas de su cuello aumentan de volumen, los ojos se llenan de lágrimas y la boca forma una «o». Ahí viene la expectoración que deforma los rasgos de la mujer enferma, quien rápidamente cubre las vías de escape con una mano.
Y el joven sentado junto a ella ni se inmuta. «Discúlpeme…» y nuevo ataque de tos. Hay que pasar al plan B, algo que alivie a la garganta. Saca de su bolsa una botella que abre con premura para tomar un trago de agua… Y nuevamente la tos.
El padecimiento da tregua por unos breves instantes y la mujer, por fin, puede dar una explicación no solicitada al resto de los pasajeros: «llevo ocho días así y no se me quita. Me dieron tratamiento y ya me lo acabé, pero no se me quita». El joven sentado junto a ella ni se inmuta.
Nuevo ataque de tos. Otro trago de agua. Rostro enrojecido. Venas del cuello saltadas. Ojos vidriosos. «¡Cof, cof, cof! Ay, hasta me dan ganas de bajarme, que pena… ¡Cof, cof, cof!». El joven sentado junto a ella ni se inmuta. Agua de nuevo. «Está bien fría…».
Luego de varios minutos de tortura, otra mujer a bordo del mismo colectivo se anima a recetar un remedio: «hágase un té de rábano. Pone los rábano a cocer y se toma el agua bien caliente, pero se tapa después, es que trae frío en el pecho».
Por fin un diagnóstico. Otras dos mujeres en el colectivo coinciden y llegan a un consenso: se trata de frío en el pecho, malestar tortuoso que provoca una tos muy severa y lastima la garganta hasta límites poco tolerables. Lo extraño es la duración del resfriado: ocho días y contando.
Los consejos evitan que la enferma baje antes de llegar a su destino. «El té de orégano también le sirve, tómeselo bien caliente y luego se tapa, pasa sacarse el frío del pecho». Aquí vale la pena hacer una aclaración: el orégano, conocido más por sus propiedades como condimento que como remedio, tiene la nada envidiable peculiaridad de convertir el agua hirviente en un té de horrible sabor. Agregar azúcar a la mezcla es inútil.
De vuelta al colectivo ruta gris, los pasajeros muestran un poco de preocupación porque la parada en el cruce del libramiento con Madero poniente ha durado demasiado. Cada segundo que pasa aumentan las probabilidades de bajar de la camioneta contagiado con el virus que transmite el frío en el pecho.
Cansada y apenada, la mujer duda si debe permanecer en su asiento o bajar y caminar hasta su destino. «Ya me bajo aquí adelantito», informa al resto de los pasajeros. «Espérese entonces», recomienda otra mujer en una clara señal de empatía. Y nuevamente un ataque de tos, acompañado de un gesto que delata cierta náusea.
Antes de aventurarse a recetar antibióticos con nombres difíciles de recordar, un nuevo remedio es aconsejado: «una vela de cera, la agarra y se la frota contra las plantas de los pies y luego se pone calcetines. Eso es muy bueno para sacar el frío del pecho». Esta vez el joven sentado junto a la torturada mujer sí reacciona, sus ojos bien abiertos delatan incredulidad ante lo que acaba de escuchar.
Metros más adelante la mujer toca el timbre con la misma mano con la cual cubría su boca. Pide una nueva disculpa y se dispone a bajar. Se lleva consigo una buena cantidad de consejos y remedios caseros para sacarle ese maldito frío del pecho. Agradece y promete intentarlos todos. Y el joven que estuvo sentado junto a ella ni se inmuta.