Por: Adrián Bucio
“Estoy en contra del internamiento psiquiátrico”, me dijo con media malteada en la boca y el popote hecho un nudo. Sus ojos exorbitados, dientes duros. Iracunda toda ella. La vi y me pasmé. No me lo esperaba. Y menos de una psicóloga que labora en una clínica psiquiátrica.
Era una tarde primaveral de abril. El cielo se pintaba de gris y escupía una brizna que enfriaba la cara. Las aves caían sobre los postes de luz. Unas tras otras. Y los autos bufaban dióxido en el centro de Morelia. Hacían cola.
Ella metió la mano en su bolsa, escudriñó entre el desmán y sacó un libro cuyo título llevaba las palabras “psiquiatría” y “muerte” y me lo enseñó. Era una especie de hipótesis contra los métodos convencionales para tratar las enfermedades mentales. ¿Por qué me lo enseñó? Era una incoherencia.
-¿Cómo? -me aseguré de haber oído bien.
-¡Sí! Las clínicas psiquiátricas y manicomios solamente empeoran la condición mental. A los enfermos los encierran, los aíslan. Si a ti te encierran ¿cuándo vas a recuperar la cordura?
Parecía tener los argumentos en la mano.
El olor a grano caliente nos rodeó, invadió nuestro olfato; estábamos en un café. Yo ni siquiera había ido a debatir sobre la posible crueldad de la disciplina psiquiátrica, o de los modelos convencionales para tratar a un enfermo mental. Estábamos ahí para otra cosa.
Mi propósito tampoco era tomar café (para mi infortunio). Mis razones para reunirme con la psicóloga Guadalupe iban más allá de una búsqueda de ingerir cafeína y lo peor, eran de carácter laboral: tenía que escribir un artículo para el periódico, sobre instituciones que brindaran “ayuda social” a la ciudadanía.
El instituto donde ella trabaja (la Clínica de Salud Mental y Psiquiatría “Sumando Esfuerzos”), encajaba dentro del perfil del artículo: un lugar dedicado al internamiento de pacientes con enfermedades psiquiátricas.
Pero ella se salió del guion. Pidió una bebida (una especie de malteada azul, nada apetecible) y le dio un golpecito a la mesa. Sus ojos se saltaron. Los míos también. Y más cuando me contó otra verdad: en la misma posición geográfica de Sumando Esfuerzos, existe un aislamiento intrínseco; la dirección del instituto se sitúa en los límites de la ciudad, fuera de la “civilización”.
“¡Como si la loquera fuera contagiosa!”, enunció y movió su cabeza de izquierda a derecha, de forma transversal. Engarruñó sus dedos. Después pensé “¿por qué trabaja en una clínica mental, si las repudia?”.
Sin titubear, Guadalupe esgrimió sus razones.
-Desde adentro, en el departamento de psicología, tratamos de hacer actividades distintas con los internados para mejorar su salud mental. Como hacer un cambio desde adentro.
-¿Cosas distintas? ¿Cómo? -La duda colonizó mi materia gris.
-Si. Los sacamos a la intemperie, pintan, exponen en universidades, marchan, crean arte, e inclusive, participan en un programa radiofónico llamado “Incomprendidxs Radio”.
Mi pasmo incrementó. ¿Los pacientes pueden hacer todo eso?
La entrevista se terminó y el vaso de Guadalupe (increíblemente) también. Nos despedimos con la promesa de que algún día visitaría las instalaciones de Sumando Esfuerzos.
Tour Turístico
Estoy en las afueras de Sumando Esfuerzos. El sol es mentiroso: parece no estar, se zambuca entre las nubes, pero cala. Su rayo hace trinar a las aves cual trompetas, y a la vez, pega sobre un letrero con la escritura “Calle Madroño”. En el instituto se realizan varias actividades diarias; hoy es lunes de Incomprendidxs Radio.
Me encuentro en el borde de la ciudad (como me habían advertido). Muy pocas casas colindan con el instituto (solamente una) y la vista es -como era de esperarse- unánime rural. Su fachada se conforma por ladrillos viejos, descarapelados y blancos. Hay mucho polvo. Polvo y lodo. El viento huele a humedad, a equinos, a tierra levantada, a pasto. Un zacate verde y mal cortado rodea las bardas de la institución.
En la entrada, soy recibido con las atenciones de un turista destacado. La psicóloga Guadalupe me da la bienvenida con un “buenos días” y apretón de manos. Una interna la acompaña. Muy sonriente ella y hasta eso, cortés: aprieta mi antebrazo, sonríe y se ofrece a darme un “tour turístico” por la institución.
El ofrecimiento, si se analiza bien, no es nada despreciable y hasta raya en lo oportuno. Después de todo, es un lugar ajeno a mi conocimiento y en el que nunca había estado. ¿Qué mejor que un guía turístico?
Atravesamos la malla ciclónica. Su función consiste en separar a los internados del mundo foráneo (al parecer). Adentro, los internos. La mayoría mayor a los 50 años. Se sientan y meditan solos, pasean por el pasillo, hablan entre sí, buscan entre el espacio. Su mirada está extraviada, manos hechas nudo, errando sin dirección fija.
Los dormitorios son amplios y las ventanas grandes. Algunas lucen desportilladas por el paso del tiempo. Con astillas y resquicios. Todas faltas de pintura. Las puertas suelen rechinar por el desgaste del “abre y cierra” y los muros, famosos en el programa de radio (se habla continuamente de traspasarlos), están tapizados de color café.
Al fondo, casi al final del recorrido, se encuentra una (mini) habitación. De forma curiosa. Está algo desaliñada y figura como el destino último de un (mini) pasillo. Camino con cierta expectativa. Llego. Observo. Adentro hay un (mini) estudio para hacer radio.
-“Ahí es la cabina”, dice mi guía turística.
Aquí cabe reflexionar sobre la alta calidad del instituto, en lo que respecta a recorridos turísticos. La excelencia de la paciente psiquiátrica es de tal nivel, que bien podría rozar la de un Tour Guide VIP. Con la ausencia notoria del traje y la corbata, claro está.
Radio incomprendida
Incomprendidxs Radio es un programa radiofónico que se transmite vía internet, en una página web de nombre Mixcloud. Tienen más de 30 programas grabados, 7 seguidores y su estructura se basa en la idea de que los pacientes psiquiátricos sean quienes conduzcan la emisión.
El por qué hacer un programa de radio con el mote de “Incomprendidxs”, se explica desde la primera transmisión. Se realizó el 1 de diciembre del 2015. Un locutor desconocido -no se presenta ni dice su nombre- comienza con (lo que yo denominé) un saludo comodín: “buenas noches, buenas tardes, buenos días”.
Acto seguido, les abre el micrófono a Fernanda y Chucho, dos pacientes con experiencias psiquiátricas. El locutor desconocido, propone le expliquen a la audiencia el motivo del nombre del programa.
Fernanda empieza a resolver dudas a diestra y siniestra:
“(…) querían que fuera un tema que ¿no? que llegara a todo el público, pero sobre todo a los, como dicen… a los que no entienden, a los que no comprenden ¿no? lo que debe de ser ¿no? Tan difícil para nosotros pues, los que estamos aquí ¿no? poder estar encerrados y ¿no? y sobre todo no escuchados y no entendidos por la gente”.
Fernanda habla pausado y tiene la muletilla “¿no?” pegada en la boca. Su voz es grave. Después concluye: “es tratar ¿no? de que todo el mundo se ponga en nuestros zapatos. Cuando el zapato no te aprieta, ni siquiera te das cuenta de qué es lo que pasa”.
Guadalupe Quezada me explica que la sustitución de la letra o por la x, fue para no limitarse en la cuestión del género, o bien, no decir Incomprendidos o Incomprendidas. El programa, en sí, tiene la finalidad de sacar las voces, opiniones y pensamientos de los internados al mundo exterior.
En cabina
El reloj marca las doce y los barullos de viento colisionan contra la puerta del salón. La azotan. Hacen “plas, plas” y luego otra vez “plas”.
Los incomprendidos también hacen ruido para entrar. Son cinco. Todos de distintos padecimientos mentales. Sus nombres son presentados una vez que empieza el programa: Ángeles, Isabel, Tere, José, Salud y Bernardo.
Hace ya unos minutos que he analizado la cabina de radio. Desde el punto de vista técnico, hay contundencia: tienen una tarjeta de interfaz, un potenciómetro, una computadora portátil, un programa para grabar canales de audio y un micrófono unidireccional.
A lo largo de todas las emisiones, los pacientes denuncian ante el micrófono una incomprensión inentendible (casi de terror) por parte de la sociedad hacia ellos. Y este programa (el 25) no es la excepción.
La cortinilla de entrada, oportuna para las intenciones del programa, aparece:
“Incomprendidos radio, Incomprendidos radio, Incomprendidos radio. La primera radio loca de Morelia”.
Están al aire. El tema del día es “La familia de cada quien”.
Luego de la música y la presentación, los locutores entran. La interna Tere, de cabello canoso, complexión ancha y media dentadura disponible lanza una frase que inicia el programa: “En la sociedad está permitida la discriminación hacia las personas enfermas”. Luego arremete “Estoy aquí como un castigo de mi familia”.
Los pacientes se encargan de denunciar su internamiento, la incomprensión que ellos sienten, y hasta las actitudes de la “civilización”. Bernardo, paciente tipificado como esquizofrénico, plantea una idea. Habla sobre las conductas aceptadas y no aceptadas por la sociedad. Comenta:
-Yo no tengo conductas locas y sigo estando aquí. Sólo las personas con ‘actitudes normales’ son aceptadas.
Con el comentario, Bernardo abre un debate: ¿vivir es un acto de adaptación a las conductas normalizadas? ¿Dónde están los que se salen de los parámetros de conducta estándar?
El micrófono se pasea de mano en mano tratando de descifrar el debate. Y los comentarios de los locutores son variados. Exponen su inconformidad contra la ciudad, su repudio al mote de “locos”. Mientras ellos hablan, Guadalupe hace anotaciones en una libreta. Analiza los discursos, los gestos, la manera en que menean su boca, cómo escupen al hablar.
La bocina le llega a Ángeles, una paciente que ha permanecido en silencio desde que empezó el programa. El diálogo toca mi perplejidad. Y el silencio después de su hablar, se acentúa.
-¿Nos pueden decir qué piensan de que sus familias los hayan traído aquí? , cuestiona Guadalupe.
Ignorando la pregunta, Ángeles repite desaforada:
-Yo ya quiero irme pa’ la casa. Ya no quiero estar aquí. Ya quiero irme pa’ la casa. Ya quiero que me lleven. Ya quiero. Ya quiero irme de aquí, ya me enfadé. Ya quiero irme pa’ la casa. Ya me enfadé.
Nos rodea el silencio. La intervención de Ángeles dura aproximadamente un minuto.
Hay a quienes no les importa mucho la temática de la familia y dialogan sobre otras cosas. José, por ejemplo, habla de la comida que le dan en el instituto:
“A veces nos dan leche, a veces no seño. A veces agua. Aquí nos dan nada más pan seño. Ya nos queremos ir de aquí porque me dejan con hambre seño. Quiero que me den mis chilaquiles, chile, chicharrón, pescado, camarón. Allá mi primo me da leche, panecito, cuatro panes”.
Sus palabras llevan acompañadas el vocablo “seño”. Su dicción es complicada de descifrar: escupe, no despega la lengua y los labios los abre muy poco. Pero para los que lo conocen, es perfectamente entendible.
Al lado de una colección de libros (cuentos todos ellos) figura una ventana negra y grande. Debajo de ella, unas practicantes de psicología observan estoicas la realización del programa. Son tres. También hacen anotaciones sobre los comentarios de los incomprendidos. Escriben sorprendidas, y sin cesar, las razones por las que los pacientes fueron apartados del mundo.
-A mis hermanas no les gustaba tenerme en la casa. Por eso me mandaron aquí. Ellas quisieron tenerme aquí, y perdón que lo repita pero la critico. Yo pude haber salido desde hace años, pero por ellas sigo sufriendo en este lugar. -Precisa Bernardo.
-Yo le dije a mi hermana que era una lesbiana. Que le gustaban las mujeres. Y ella me dijo “ahora te voy a mandar ahí, te voy a internar para que se te quite”. -Admite Tere.
-Seño. Nos deberían de dar de comer un refresco, una pepsi o una coca. Una fanta. Aquí nunca nos dan seño. Una pepsi o una fanta o un escuert. Un sidral. Aquí nunca nos dan refresco seño.
-Ya quiero irme pa’ la casa. Ya quiero. Ya me enfadé. Ya quiero irme de aquí, ya me enfadé. Ya quiero irme pa’ la casa. Ya quiero que me lleven. Ya quiero irme pa’ la casa. Ya. Pa’ la casa.
Ahora comenta Tere:
-Yo por fin ya me voy a ir, primeramente Dios. Ya me habló mi hermana Martha, que ya viene por mí. Pero ¿y los que se quedan? Ellos van a seguir enfrentando todo esto. Yo quisiera que hicieran algo por los que se quedan. Por ejemplo por esta niña (refiriéndose a Ángeles) que se quiere ir de aquí.
-Quiero comentar que ¿cómo es posible si somos exactamente hermanos, de la misma sangre de papá y mamá, no me pueden aceptar en casa? Yo, Bernardo, no tengo conductas de una persona loca. Me considero normal. Todavía tengo tiempo hasta de trabajar. Pero sólo si mis hermanas me aceptan. Ojalá vengan a firmar mi salida.
-Yo quiero un chicharrón, un chile, una mayonesa. Nunca nos dan aquí seño. Quiero muchas cosas de comer seño. Frijolitos, un pescado seño. Tengo muchas ganas de comer.
-Ya me enfadé. Pa’ la casa. Ya quiero irme pa´ la casa. Ya me enfadé. Ya quiero que me lleven. Ya quiero irme pa’ la casa.
Por lo visto, “la familia de cada quien” es la que decide la materialización de una posible salida.
La emisión dura 33 minutos. Los locutores cierran con el cuestionamiento ¿podríamos los locos también ser aceptados?
Cortinilla de salida, fin del programa.
¿Cómo se mide la elocuencia?
Luego del programa me despido. Dejo atrás a los internos, detrás de la malla ciclónica. Todos se despiden.
Abandono la institución y me subo a la primera combi que pasa. Al entrar, el chofer empieza a sintonizar la radio. Se detiene en una frecuencia. El locutor (de no más de 21) informa (lee) meticulosamente a la audiencia sobre el último escándalo exprés de una celebridad, esas del “mundo de la farándula”. Pago, me siento, escucho un poco más. Me pregunto: ¿Qué es y a qué le llamamos una radio loca?