A deshoras

A deshoras

De vuelta a casa

El reloj marca las 03:30 horas en el reloj de la radio. En ese momento suena una canción de Antonio Aguilar. En el interior del taxi se percibe un aroma que pretende ser agradable, pero que en realidad huele a insecticida. El pasajero recuerda entonces que la flor de crisantemo es usada para repeler insectos, especialmente a los mosquitos, así que tal vez el olor sea el de un repelente.

Pocos autos recorren el libramiento norte a esa hora. Por fin, tráfico fluido en la vía periférica de Morelia, sin embargo eso no evita los volantazos o el frenado continuo: el asfalto estriado invita a los conductores a bajar la velocidad so pena de dañar la suspensión de sus autos.

Deshoras

El taxi hace alto obligatorio ante el semáforo en rojo. A la derecha, la quietud de la madrugada es interrumpida por uno de muchos centros nocturnos, esos que iluminan la noche con montones de luces de neón. Amanecerá y entonces la dinámica del centro nocturno será totalmente opuesta a la del resto de la ciudad, pero mientras eso sucede la fiesta sigue, al igual que el par de vehículos que esperaban el verde.

Metros más adelante hay otro negocio que también rompe con la dinámica nocturna: es una tienda de conveniencia, doble equis, doble o. No hay acceso a la tienda, para eso se debe esperar un par de horas más, pero si se quiere un producto se le solicita al empleado desde una pequeña ventana. Es por seguridad, aunque otros establecimientos similares prefieren cerrar y esperar a que salga el sol.

La travesía llega a su fin. Fue breve por la ausencia de autos. «Gracias y buen día» como parte del protocolo antes de bajar del taxi. La quietud de la madrugada es perturbada por el sonido del motor que se aleja.

Las ratas salen a las 12

La fuerte campanada anuncia la mitad de la noche. La hora cero, justo cuando inicia un nuevo día. Pocos están activos cuando sucede, son aún menos los que están en las calles. La única actividad es el paso de un ciclista que circula sobre la Cerrada de San Agustín, quien luego sube a la Plaza de Armas en un claro desafío a las señales instaladas recientemente que prohíben montar en bicicleta en espacios peatonales.

Pero no hay autoridad alguna que llame la atención al ciclista. La patrulla más cercana permanece estacionada sobre la avenida Madero, siempre con la torreta encendida, pero nada más.

En dirección opuesta hay un grupo de albañiles que trabajan en una casona en pleno proceso de restauración. Bajan montones de vigas apiladas en la parte trasera de un camión. El Mostro da instrucciones desde lo alto para que el Chiquilín y su colega bajen una de las pesadas tiras de madera. Adentro los espera Don Pepe, quien tiempo atrás fue luchador, y junto con otro trabajador ubicará el material dentro de la obra.

La Plaza de Armas de Morelia está en completa quietud. Ese silencio es la señal: las narices se asoman por los huecos en las banquetas para hacer una primera inspección del terreno. Una vez confirmado que no hay peligro, varias ratas salen y recorren el espacio público.

No son grandes exploradoras, evitan separarse del pequeño muro que confina las áreas verdes, pero de vez en cuando suben a los jardines en búsqueda de algo para comer. Buscan cerca de los depósitos de basura, aunque los roedores tienen suerte de que existan perezosos que dejan sus desechos en cualquier parte.

La mayoría de los animales son de pelaje gris, pero hay otras en color blanco con manchas café. Andan sin miedo por la plaza, seguras de que no serán molestadas en mitad de la noche. Pero no es así. Un grupo de jóvenes se sienta en una banca y comienzan a charlar. De pronto, tres policías con las ametralladoras cruzadas en el pecho se acerca a los muchachos. Los uniformados hacen un par de preguntas y después piden a los trasnochados que apoyen las manos sobre la banca. En la plaza no hay tanta quietud como uno cree.

Tianguis de piel

Al salir de la central de autobuses de León, un hombre ofrece botas tribaleras a los peatones. Un par de cuadras más allá un hombre gordo, quien aparentemente perdió los botones superiores de su camisa amarilla, grita a quien se le acerque que puede hacer negocio con él, uno que involucra zapatos y artículos de piel.

Los locales la conocen como Zona piel y tiene la calle Hilario Medina como eje. Hay varias tiendas sobre esta vía, pero las ofertas se extienden varias cuadras a la redonda. Aquel dispuesto a gastar unos pesos puede adquirir bolsos, carteras, pantuflas, chamarras, cinturones, gorras, zapatos, botas de trabajo, botas tribaleras, botas de moda, botas fuera de moda y casi cualquier cosa que pueda hacerse con piel de vacuno.

Durante el día es una avenida bulliciosa, siempre con mucho tráfico, turistas, cazadores de gangas o buscadores de negocios con hombres gordos de camisa amarilla desabotonada. Sin embargo, cuando el sol cae, las tiendas se cierran y se acaban las ofertas. O no.

Sobre Españita, una calle que hace esquina con Hilario Medina, la noche es buena hora para hacer negocios. Varios oferentes colocan mantas y lonas que luego convierten en sus locales comerciales. Venden botas, carteras, mochilas y bolsos de diseños muy diversos, aunque en algunos casos son diseños muy conocidos.

Una dama oferta un protector para teléfonos móviles con el logotipo de Ferrari. Luce bien y la textura de la piel en un tono negrísimo se siente mejor. El precio es casi un regalo. Algunos serán incapaces de rechazar la ganga, pero en el fondo saben que la empresa italiana no ofrecería sus productos en un puesto ubicado en la calle, mucho menos a las 11 de la noche.

En aquel puesto venden bolsos para damas con las siglas LV. El joven que está en la otra banqueta ofrece carteras con las letras DG impresas en un costado. La chica de la esquina podría tener la bolsa cubierta con chaquiras que buscabas desde hace tiempo. La hora no es un impedimento para hacer negocios aquí. ¿Sabrá eso el hombre gordo con la camisa amarilla desabotonada?

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