Recorte literarios, puré de espárragos

Por: Antonio Monter Rodríguez

 

Uno: Deberíamos de nombrar nuestra historia como nombran los niños las cosas, tan en serio y tan juego, tan va la vida en ello sin intención de perderla, tan maravillados por el descubrimiento. Ajenos a la duda y a las tarjetas de crédito. Montados en una gran jirafa a la que le dibujamos alas. Viajeros de la intimidad. En la cantimplora un beso y en tu bolso nubes, por si acaso el hambre es urgente.

Dos: Extrañar. Volcar la memoria al fuego. El símbolo inquietante de la ausencia. Cuerpo sin cuerpo. Aire en mi cama. Sábana fría. Enunciación apenas de silencio. Muda la casa. Contubernio con el terror de no hallarte. Simple. Empeño mi olvido entre la lluvia, le ruego a cada gota que te cristalice y te vuelque a mí desde tu mar. Inútil. No hay vestigio ambarino ni retrato que te multiplique en mi afán. Átomo por átomo te desvaneciste.

Tres: Se necesita más que unas flores en mitad de la calle. Rumor de canciones que relatarán nuestros pasados sombríos. Pies jubilados. Ahora saben… ahora entienden. Cuando sobrevuelen los buitres sobre tu cabeza te pido que no los mates, sería un fracaso explotar la escasa pólvora que se desgrana en tu corazón: reloj de arena. Mejor busca un milagro para mitigar la sed en tu desierto.

Cuatro: Cuando irradiamos amor, hasta la cursilería más pasmosa nos parece un tráfico de poesía.

Cinco: Las pastillas sugeridas por el psiquiatra me nivelan las emociones en una especie de frecuencia modulada. La tristeza sólo está en mi cabeza y la soledad en las cuatro paredes blancas que me sirven como guarida. Leo hasta quedar exhausto, me tiro al vacío de las páginas sin asomo de cuidado.

Seis: Invoqué un conjuro de valentía con el pretexto de pertenecerle a una mirada y comencé a caminar sin detenerme. Le presenté mis cartas credenciales. Buscándole los labios, respondió fuego. Entonces juntos, pretendimos quemar el océano.

Siete: Escribo para deslindarme de la túnica impuesta por la auto-tortura. Me preguntan si hay algún asomo de exhibicionismo en ello. Quizá. Pero en ese nivel, da lo mismo aparecer en la nota roja de un periódico rubicundo por amarillista, que tomar el bisturí y diseccionarse en dos como un melón. Traspatio de carnicería. Por mitades de yo tecleo mi vieja computadora.

Ocho: ¿Quién le pone nombre y apellido a la publicación de su miseria?

Nueve: Mañana me desperté temprano, como a diario, café y galletas que compré desde el próximo lunes, un cubo de azúcar a mordidas para evitar la hipoglucemia que me atacó dos meses atrás. Sé que no vendrás ayer, que lo imaginado dos días después de hoy, terminará como un recuerdo insípido proveniente del siglo que está porvenir.

Diez: Hoy, es uno de esos días en los que uno se levanta con una ligera curvatura de unos 2.5 grados diferentes a la manera en uno estaba erguido ayer. Uno lo siente, un poco arqueado, distinto, la perspectiva para mirar el mundo es otra, hay una ligera modificación. No es necesario sacar el transportador del juego de geometría para saber, no amerita medir. Lo importante es saber si esa inclinación, por más mínima que sea, es hacia la felicidad o hacia el olvido, hacia la sonrisa amorosa o hacia los ojos de piedra habitados por fantasmas, hacia la transmisión pasional de saliva o hacia el laberinto de las palabras que nada concluyen y que sólo abortan la posibilidad de diálogo. Y para saber eso no están los libros ni la poesía ni la música ni los amigos, para saber eso se precisa tener enfrente a la persona amada y que ella nos lo diga, nos lo haga saber… Para empezar no me es posible definir si el espesor de Antonio Monter se inclinó o se curvó, si fue a la derecha o hacia la izquierda, si fue para adelante o para atrás… ojalá, ruego, que esta noche me tenga el diagnóstico, ella sabe, lo sé.

Once: Pensar la sonrisa que brota ligera, sin carteras vencidas ni escritorios ni soledades que cotizan a diario en los bolsillos. Pensar en hadas o en palabras inapropiadas, en el despertar del universo, ser ser niño con bandejas repletas de inquietudes, de hambre para devorar el mundo en lecturas interminables que principian en los columpios o en la resbaladilla o en el sube y baja.

Doce: Tal vez algún día, alguien se atreva a distraer un poco la costumbre o escurrir el paraguas de la cotidianidad, tal vez alguno salga corriendo para dejarse abrazar por el otro… alguno no tendrá miedo, veremos cuál.

Trece: Sólo así, cortando cabezas de los incontables individuos que uno ha sido, quedará al final solo ese que el miedo y las tribulaciones diarias mantenían escondido, el que sobrevivirá echado hacia adelante convidado a vivir, absuelto bajo la promesa de amar y de buscar un resquicio entre el aburrimiento, entre la costumbre y la rutina. Ese único sobreviviente, desnudo y sin amparo, sin tutela, deberá firmar bajo promesa romper sus miedos, enfrentar sus temores y acariciar la felicidad aunque sea en miligramo cutáneo, una centésima de segundo magnificado.

Catorce: Es la guerra en contra del mutismo, de sacar la voz en cuello, de romper con las cadenas que nos vendieron como cuerdas bucales, es la puta idea de sentirse flaco de ánimo y de quedarse estático, a media calle, sin resolución, sin posibilidad de orgasmo.

Quince: La noche sobrevino a tu rostro y dejaste mis ruinas en paz, ojalá volviera una sacudida otra vez para convertir los despojos en cenizas, me duelen las piedras que soy.

Dieciséis: Mis canicas, mi pelota verde y el carrito de montar que me robaron por dejarlo en la puerta de la casa… todo eso te lo intercambio por tu hechizo… sin motel, ingenuo, como si a los diez años de ambos.

Diecisiete: En éste mi andar albañil, sudo la axila en el trajín de tu entrepierna, arrieros somos, y en el amanecer que sabe a pavimento andamos…

Dieciocho: Sablazo entre sien y sien… doscientos para una muerte irreal que se teje en mi frente, a ojo de buen cubero y con guiños para la noche que galopa desafiante: quizás reúna un te quiero.

Puede que también te guste...