Una reflexión
Por: Laila Magali Montes Nieto
Quiero compartir mi reflexión en torno algunas condiciones sociales que forman la identidad actual de Cherán y que se muestran en el libro “Cheran K’eri: insurgencia y contrainsurgencia”.
Primero hay que reconocer que estar en el lugar preciso y en el momento preciso de un cambio histórico no basta ya que también hay que tener suficiente habilidad de indagación que nos acerque a los hechos.
Si a lo anterior sumamos que romper el hechizo de la página en blanco es difícil, por ambos argumentos, hoy el libro que se presenta tiene doble fuerza: escrito en su justo momento por un hombre que se convirtió en testigo para llevar a cabo la relatoría de uno de los sucesos más importantes en la historia contemporánea de nuestro estado.
A través de sus páginas este material nos acerca a la experiencia de la resistencia de esta comunidad a partir del conocimiento de su mentalidad y costumbres a través de testimonios que sin duda reproducen anécdotas de varias de sus familias.
Así, identificamos los momentos donde su identidad se ha forjado, ya que como se sabe “un aspecto paradójico del fenómeno de las costumbres es que al mismo tiempo que reproduce la identidad, la transforma, la reinterpreta no solamente para adaptarse al cambio, sino para conducirlo”.(1)
(1) Recondo, David (dir) (s/f) La política del gatopardo, multiculturalismo y democracia en Oaxaca. Centro de estudios mexicanos y centroamericanos. Versión electrónica disponible en https://books.openedition.org/cemca/2090?lang=es#text. Consultada el 20 de septiembre, 2018.
En “Cheran K´eri” conocemos que la identidad de los pobladores de Cherán se genera por varios sucesos que los llevan a revalorarse continuamente. Como en el caso de la migración a EU que comenzó en 1900 y provocó un rechazo a la lengua purépecha sumado a una política nacional educativa en 1950 que se proponía relegar la cultura de los pueblos originarios. El autor nos describe:
“ Los programas que se establecían en esos años eran tendientes al nacionalismo, en la búsqueda de homogenizar una sola percepción de la sociedad mexicana, relegando la cultura purépecha y la de los demás pueblos indígenas de México, observándolos como historia pasada y con una actitud de marginación para los comuneros que mantenían el vestido, la precepción cosmogónica y el idioma purépecha, quienes poco a poco fueron perdiendo fuerza por la misma marginación del sistema de gobierno que se estableció en 1970.
Y comenta como los migrantes cuando regresaron a su comunidad les prohibieron a sus hijos hablar tarasco para evitarles el mismo el rechazo que ellos experimentaron por no hablar español.
“Como mi papá fue antes de casarse la primera vez a Estados Unidos, al regresar ya se casó y al nacer Alicia (hermana de Teresa Campos, Raúl Campos y Bertha Campos) se fue otros cuatro o cinco años y cuando nos veía hablando tarasco, jugando a la atarukua -que era una pelota de madera o garras de ropa vieja con unos palos de encino que tenían un gancho y les pegábamos –o lo que sea, nos los prohibía, nos decía: “ hijos, no hablen el tarasco, cuando estén grandes se les va a trabar la lengua: ni español ni tarasco”. Y no era cierto, pero esa era la mentalidad del.”
Otro de los sucesos que Daniel comenta es el impacto de una construcción carretera no solo como impulso del comercio que buscaba Lázaro Cárdenas sino también de la educación:
“Con la carretera ya vino la luz, ya los maestros no ponían peros diciendo “a puro caballo no voy”. Con el tiempo con la escuela y luego el colegio han surgido cientos de profesionistas”.
Lo cual incidió, sin duda, en la mentalidad local y en la vida de la comunidad como en este retrato de la actividad cotidiana de 1940 de la voz de Teresa Campos:
“¿Cuál? Pues la escuela Casimiro Leco y país empezaron a ir algunos niños, muy poquitos, pero a la mayoría no la mandaban, menos si eran mujeres, (a ellas) la enseñaban mejor hacer tortillas, a cocinar, qué sé yo. Ya después es que empezaron a reconocer que era necearía la lectura y empezaron a mandar a otros pocos de niños y ahí poco a poquito nos enseñamos a deletrear.”
Cherán es muestra de una organización y sentido comunitario desarrollado ante la necesidad del uso de los recursos, se entiende a la tierra como posesión individual o comunitaria, la última visión está más arraigada en la comunidad purépecha para la que los recursos son un bien común ya que desde el agua hasta los bosques todos tienen el mismo derecho de aprovecharlos pero también de cuidarlos y evitar su explotación irracional porque se promueve una convivencia entre seres humanos y recursos naturales.
Esta visión comunitaria sumada a la lucha por conservar su identidad en medio de un ambiente tenso por la intimidación del crimen organizado, la corrupción, la actividad de los talamontes en sus bosques… ante ello, la comunidad reforzó su autoprotección con la ronda comunitaria expresada en las barricadas y las fogatas y cuya raíz, un sistema probado por varios años hasta la llegada de la luz eléctrica, es el “rondín” que nos narra en la entrevista del autor y su tío abuelo:
“Recuerdo (que) a la edad de nueve años, para lo ronda se escogía de cada barrio tres personas; entonces se juntaban 12 para recorrer el pueblo. Si veían a algún sospechoso le paraban el alto a ver de dónde venía, “¿dónde vives?”, y decían “pues, soy hijo de fulano”. El Rondín decía: “acompáñalo, a ver si entran ahí”. Entonces con esto de la ronda, cada mes ese era el servicio que daban, las gentes que querían darles un panecito, un café, se los daban.”
Mención especial requieren las mujeres quienes presentes durante la construcción de la carretera llevaron comida a los hombres, también aprendieron medicina o a tocar el piano cuando llegaron pastores de Nueva York, y se manifestaron poseedoras de la conciencia del cuidado a sus recursos durante los años de resistencia: “si no hay bosque no hay hongos, quelites, animales, los hombres no traen resina, no hay ni un cinco y que les vamos a dejar a los niños, trascribe la declaración de una mujer el autor del libro”.
Así, el 15 de abril del 2011 comienza la resistencia. Los jóvenes y las mujeres fueron las figuras que iniciaron el movimiento cuando detienen por la madrugada a carros que trasportan madera clandestinamente. Luego los jóvenes proporcionan material para las fogatas, motivan a la población para no tener miedo y montar guardia.
Poco a poco Romero Robles nos atrapa en la relatoría de los hechos: la toca de las campanas para convocar a una reunión, la suspensión de clases, los comunicados oficiales donde es inevitable estremecerse al leer en uno de ellos:
“Ni un pino caído más, justicia para los bosques, justicia para los asesinados, justicia para los desplazados, justicia para los desaparecidos, por la defensa de los bosques, Cherán unido”.
Por lo antes expuesto, no es extraño que una cultura como la de Cherán ponga de manifiesto los retos a superar en la pluriculturalidad de México, ni es de extrañar que fuera el espacio en donde tuvo lugar un parteaguas para la política de nuestro país con la demanda de un estado de derecho en una población donde el sentimiento es común y se adopta un discurso ante la necesidad y el poder se invierte: ya no es la delincuencia organizada la que posee el poder “ahora está en la comunidad como un todo, lo cual es igual al poder colectivo”.
La experiencia de Cherán es importante para el pueblo mexicano para reconocernos objetivamente. Como escribe David: De Cherán y su pueblo se ha dicho mucho, la palabra ha traspasado el tiempo y el espacio en distintas generaciones. Hoy se comete el error de sobredimensionar los logros de la comunidad. Si se continúa con esa lógica de pensamiento afuera y adentro de la comunidad, se corre el riesgo de perder lo poco que se ha ganado.
La historia se sigue escribiendo, la historia de Cherán continúa. Gracias a David Daniel Romero Robles por acercarnos a ella. Muchas gracias.