Tepalcatepec: una historia diferente…

Por: Wendy Ruíz

“Aquí no somos Jalisco ni somos Michoacán, para arreglar calles ninguno tiene presupuesto, para pelear población todos están disponibles”.

Dicen, que en el infierno el calor es insoportable y para encontrar ricas sensaciones solo necesitas mover la vista. Tal vez quien lo describe así, jamás llego al infierno, llego a la tierra caliente michoacana.

El calor es abrasador, grosero, violento, pero el olor del ambiente mitiga la sensación de asco producido por la baja presión en el cuerpo, el olor a mango, pepino, limón, papaya, inunda los sentidos de quienes se atreven a ponerse de frente a una de las zonas más conflictivas y ricas, con más pobreza y más producción agrícola, con más retraso en la educación y con más exportación de productos pecuarios.

Parados frente al destino, entiendes que regresas al origen, al punto donde todo comenzó, el lugar donde explotó la bomba biológica que pronto invadió todo el territorio que pudo alcanzar

“¿A dónde se dirige?” Nos pregunta el policía federal que por su cara no puede tener más de 22 años. Quizá, por su expresión, sabe que no llegara a vivir más allá de los 30. “aquí a Tepalcatepec venimos de Morelia” respondo, nos dice que tienen que revisarnos porque la camioneta en la que viajamos esta reportada como robada. “A si ¿Qué modelo y color es la camioneta que se robaron joven?”, no sabe decir la marca y modelo de la camioneta, al ver su plan desmoronarse, nos deja pasar, pues se acuerda que el modelo del auto robado es “otro”.

Diez metros más adelante, viene otra revisión, ahora por parte de los pocos grupos de autodefensas que sobreviven sin afiliarse a la fuerza rural. Son ellos porque los costales llenos de arenas que se apilan como barricada, están protegiendo las botellas vacías de caguamas, a perros flacos que se acercan por un poco de comida, al plato de mango picado, preparado con sal, limón y salsa. A todos, menos a los tres tipos regordetes que se encuentras un metro más al fondo, resguardados en la sombra, protegidos del sol, no de los enemigos.

Un autodefensa se acerca a nosotros, aun con medio bocado, media pierna dentro y media fuera.  “¿Train armas?” nos pregunta escupiendo. “No venimos en familia” contesto. “Ta gueno” y nos da la señal que nos permite avanzar. Por el retrovisor se puede ver como regresa a la mesa con sus compañeros, a simple vista se nota que no tiene idea de cómo portar el arma que trae al hombro.

El olor a estiércol inunda el ambiente. Como broma maquiavélica del destino la zona ganadera queda a la entrada del pueblo.

POR LA MAÑANA

Cuando estoy dormida no me gusta poner las manos en el pecho, me recuerda la posición de los muertos, me hace sentir que estoy muerta.

Me despierto con la sensación de ser una misma con la cama, tenía más de un año sin dormir aquí, sin estar en la casa que me vio nacer y crecer, sin tener la sensación de no descansar por el calor y ese dolor de cabeza que exige una coca cola o una cerveza bien fría. Lástima que son las 6 de la mañana.

La cita familiar es temprano, la tradición aquí es ir a los palomos, bebida típica. Nos dirigimos a los corrales del tío Toño, un lugar de esos que en la ciudad jamás puedes disfrutar, callado, fresco, hipnotizador, la convivencia perfecta de agua, insectos, vegetación y humanos.

La bebida es una mezcla de chocolate, azúcar, alcohol y leche recién ordeñada, caliente de manera natural, espumosa por la energía del ganadero al exprimir la ubre. Uno es más que suficiente para saber si tú estomago de citadino aguanta situaciones extremas.

Una vez pasado la incertidumbre del efecto del palomo en el sistema, nos dirigimos nuevamente al pueblo, por el camino me llama la atención una casa ubicada en la esquina de la calle por la que pasamos. Tiene la arquitectura obligada de los ranchos, árboles frutales en la entrada, una hamaca protegida por el barandal negro que impide el acceso a los curiosos que se agrupan en la entrada,  de tanta gente no se puede distinguir lo deteriorado de su pintura y las marcas de abandono que muestran sus puertas y ventanas.

“¿Qué pasa aquí?”  Pregunto a un primo, “¿no sabes?”, con tan solo mirarlo sabe que mi respuesta es negativa, “es la casa de papa pitufo” dice por fin. Un año alejada de mi pueblo natal me impide tener conocimiento de la creciente ola de narco turismo, como los pobladores le llaman, Tepalcatepec es una zona rica en belleza natural y gastronómica, pero no fue hasta febrero de 2013, cuando todos se dieron cuenta que estaba en el mapa.

Ahora, jóvenes sobre todo, se escapan los fines de semana para visitar la casa de papa pitufo o de Mireles, ya de paso, sino tiene mucho arriesgue, quieren conocer un sembradío de marihuana, quieren escuchar corridos, tomar buchannas, tomarse una selfie en el monumento a los caballeros templarios que se encuentra destruido por las balas, quieren vivir su sueño de ser narcos.

A solo 10 minutos del pueblo, adentrándose en los cerros puedes encontrar sembradíos, camuflajeados con maíz o sorgo, Tepalcatepec es el principal municipios en producción de forraje, lo que facilita las cosas para los agricultores del narco y crea una mejor sensación entre los turistas, que gustan de disfrutar el dulzón olor de la planta de cannabis.

Hacemos una parada en los tacos de la secundaria, “restaurante” icónico, nadie sabe su verdadero nombre, los marco el hecho de estar ubicados frente a la secundaria técnica 9, la única en el pueblo, con más de 500 jóvenes de nuevo ingreso año con año y quienes se han convertido en el principal cliente de los tacos y la morisqueta. A las 10 de la mañana comienzan a asomarse las manos por la puerta negra que, como cárcel, impide la salida de los estudiantes, pero no evita la entrada de comida clandestina.

No puedo evitar recordar la época en que yo fui una de esas manos. Por las mañanas nos hacían formarnos, para poder, como si fuéramos delincuentes, pasar el registro obligatorio antes de la entrada, una gorda amargada con cara de estar oliendo basura podrida y una voz que bien podría tener micrófono y bocinas en lugar de garganta, era la encargada de vigilar que no entráramos con joyería negra, con camisa manga larga o el uniforme incorrecto, ella era la ley y podía modificar las reglas a su gusto.

A las dos de la tarde terminaba nuestra jornada de estudio. Al momento de salir ya se encontraban los alumnos de la tarde esperando su turno para la revisión que permitiría la entrada, y junto con ellos, como si fueran lobos siguiendo el caminar de caperucita, llegaban hombres chicos y grandes, casados y solteros, en carros de lujo, con música a todo volumen y dinero, a veces solo el suficiente para el día, pero el suficiente para apantallar  alguna joven de bajos recursos o baja autoestima, tomarla como amante y una vez embarazada regresar a las afueras de la secundaria.

En mis tiempos de estudiante, nos decían que quien no salía embarazada en la secundaria ya la había hecho. Las de la prepa ya no les gustan, están demasiado viejas, menos inocentes.

La mesera interrumpe mi recuerdo, mis cuatro tacos con esa típica salsa dulce con zanahoria, jitomate, crema y queso, están esperando ser comidos.

 POR LA TARDE

Intento abrir los ojos pero no pudo, el sudor me abrasa a la cama no me deja sepárame, por un momento me da miedo perder la piel al hacerlo, los ojos me pesan y la garganta me arde, por fin pierdo el miedo y me separo de las viejas cobijas que protegen el colchón que tantas noches me acompaño en los años que viví en esta casa.

Me quedo reposando el sueño, viendo por mi ventana, recordando nuevamente, una tarde hace algunos años, un joven pretendiente de una amiga llegó a buscarme a la casa. Era el típico hombre rechazado por cualquier mujer con oportunidades de algo mejor o sin interés por el dinero, panzón, moreno, chaparro, sin educación, brabucón, con ese acento característico de los hombres de rancho, pero con un Camaro, camionetas y coches del año en su cochera.

Mi amiga no le interesaba sus pretensiones de amor pero yo la convencí que saliera con él para que la dejara en paz y a mí también, en lugar de eso, se obsesiono más con ella. En agradecimiento por la cita obligada, llego a mi casa en uno de sus carros, se baja sin necesidad de estacionarse y toca a mi puerta.

A pesar que no quería hablar con él, abro la puerta, cuando me ve, saca del carro una rana de peluche, casi un metro de tela verde con crema, ojos demoniacos y sonrisa de acosador. Un regalo ostentoso, exagerado, me acerco y le agradezco el detalle, me da el animal y saca una bolsa, casi de su tamaño y me la tiende también, más tarde me daría cuenta, que estaba ocupada por dos perfumes, un rosario de oro y cristal cortado y otras chucherías que terminaron sirviendo para no gastar en regalo las próximas cinco fiestas.

Agradecida y apenada por la expresión involuntaria de mi cara lo invito a pasar, lo escucho hablar de mi amiga, cuando comienza a agotarme el tema, me animo, le pregunto porque decidió sembrar marihuana.

Es el hijo mayor de una familia con ocho hermanos y pocos recurso, cuando tuvo la edad suficiente su papa llego el momento de ayudar en el negocio familia, su abuelo y su padre se había dedicado a producir y exportar marihuana a Estado Unidos, si quería o no, tenía hermanos que necesitaban comer, a los ocho años abandono la escuela y se dedicó al negocio. Despierto de mi sueño, es hora de regresar con la familia.

POR LA NOCHE

En un lugar donde los antros son balaceados y los bares se llenan de homosexuales y prostitutas, la única opción para divertirse termina siendo el dar la vuelta. Salir en un carro de preferencia con el sonido suficiente para poder así molestar a todo ser cercano con tu música y dañar tus oídos y la espalda por el abuso de decibeles, a recorrer una y otra vez el pueblo.

La cita es en la avenida Morelia, mejor conocida como la 40, todos han adoptado este apodo y esta calle como la cantina más grande del lugar. Incluso pusieron un monumento al borracho, para conmemorar la actividad que se realiza aquí.

Cada metro encuentras un carro estacionado con gente alrededor, con botellas de vino, quienes no encuentran espacio se mantienen dando vueltas, bandas de viento se pelean por ser contratadas. Para estos músicos la movilidad no es problema, están entrenados para tocar en la caja de las camionetas de quienes los contratan.

Al siguiente día amanece lleno de basura, bolsas de lo que en algún momento fue hielo, botellas de vino, cerveza y refresco vacíos. Todas las esquinas, sin excepción con olor a orines de borracho, fuerte y penetrante. Aunque no quieras, aquí el ambiente te envuelve, te atrapa.

Cuando estoy dormida no me gusta poner las manos en el pecho, me recuerdas la posición de los muertos, me hace sentir que estoy muerta.

 

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