Julio in memoriam: Cortázar a 35 años de su muerte

Por: Antonio Monter Rodríguez

Julio, Julito, como le decían algunos de sus amigos, murió el 12 de febrero de 1984. Hace 35 años fue enterrado en el cementerio de Montparnasse. Junto a la tumba de Cortázar siempre hay una copa de vino, una hoja de papel, un boleto del metro o una rayuela, ese infantil juego que conocemos en México como “avión”.

Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra “madre” era la palabra “madre” y ahí se acaba todo. Al contrario, en objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que av eces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba.

 

Frente a una taza de café, en el fondo Jazz

Leía, Julio leía un texto de Lezama Lima. El flash del fotógrafo lo sacó del interior de la frase, Julio salió de “Paradiso”, la intensidad de su mirada me alcanzó por primera vez.

—Disculpe, maestro, no quería importunarlo… así, tan intempestivamente.

—No hay problema, lo esperaba.

Dos o tres fotografías más, Cortázar dio un par de sorbos a su café, se quitó los lentes de pasta, gruesos, de lector voraz.

Sólo algo, antes. Llámeme Julio.

La familiaridad es lo mío, dije, pero a veces se interpreta como falta de respeto, al menos aquí, en México. El maestro permaneció en silencio, a la espera de mi primera pregunta.

—Julio, hablemos sobre la novela, sobre el lenguaje del género.

Rigurosamente hablando no existe lenguaje novelesco puro, desde que no existe novela pura. La novela es un monstruo, uno de esos monstruos que el hombre acepta, alienta, mantienen a su lado; mezcla de heterogeneidades, grifo convertido en animal doméstico.

—Usted sostiene que hay una especie de simbiosis de lenguaje…

Sí, la simbiosis de los modos enunciativos y poéticos del idioma, una asociación simbólica del verbo enunciativo y del verbo poético.

—¿Sería como si el escritor de novelas conservara dentro de sí una ebullición del lenguaje poético?

El novelista ha contado siempre con lo que llamaríamos el aura poética de la novela, atmósfera que se desprende de la situación en sí, de los movimientos anímicos y acciones físicas de los personajes, del ritmo narrativo, las estructuras argumentales.

—Lo maravilloso…

La novela somete al lector a un encantamiento de carácter poético que opera desde las formas verbales y al mismo tiempo nace de aptitud literaria para  escoger y formular situaciones, sumidas narrativa y verbalmente en ciertas atmósferas.

—¿Una conciliación, un sincretismo entre lenguajes?

Se trata de coexistencia, no de fusión de lo narrativo y lo poético… lo enunciativo y lo poético sólo alcanzan a articularse eficazmente para un logro estético si el talento del novelista se muestra capaz de resolver las fricciones y las intolerancias entre ambos.

—¿Y si no lo consigue?

Hay libros que se caen de las manos.

—Es decir que la narrativa no se concilia con la pureza de su forma, de su propuesta.

Lo poético irrumpe en la novela porque la novela es una instancia de lo poético; porque la dicotomía forma y fondo marcha hacia su anulación, desde que la poesía es, como la música, su forma.

—El elemento poético es rector, determina entonces…

De pronto se agita en ciertas novelas contemporáneas y muestra creciente voluntad imperialista, el elemento poético que señalas, asume contra el canon tradicional y procura desalojar el elemento enunciador que gobernaba la ciudad literaria.

—¿Los novelistas como poetas? La imagen me gusta, recuerdo el capítulo siete de Rayuela: Toco tu bocacon un dedo todo el borde de tu bocavoy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera”

Sin temor al anacronismo, puedo decir que un Shakespiare se adelanta a arrebatar el material de los novelistas del porvenir. Hamlet desembocará en una novela intuida poéticamente, allí los capítulos prosaicos se reducen a nexos, eslabones que tornan inteligible, mejor, aprehensible, la situación.

—Ser o no ser, el monólogo de Hamlet, el discurso del devenir trágico en la poética del personaje, de la palabra…

Hay un estado de intuición para el cual la realidad, sea cual fuere, sólo puede formularse poéticamente, dentro de modos poemáticos, narrativos, dramáticos: y eso porque la realidad, sea cual fuere, sólo se revela poéticamente.

 

Julio se excusa, tiene un compromiso. Termina la entrevista imaginaria con este reportero. Subo el volumen de la música, para que el Jazz sea entre ese individuo de crecida barba y un texto suyo que tengo en las manos, un ensayo sobre los novelistas contemporáneos y el lenguaje poético…

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