EXPEDICIÓN VOLCÁNICA: ENTREVISTA ADÁN RUIZ

Por: Ángel Amada Garmendia

Fotografía: Morelia Film Fest y Tiqfun

Sinopsis: Página oficial del FICM

Dos montañistas emprenden una expedición clandestina a uno de los volcanes más activos del planeta. Ante la incapacidad de pronosticar explosiones, que ocurren con mucha frecuencia, sobrevivir o no es una cuestión de azar. Durante el camino, la mística del paisaje se manifiesta con fuerza en estos páramos prohibidos, donde la montaña, el punto más cercano al cielo y la divinidad, es a la vez, la única ventana hacia el núcleo de la tierra.

Adán Ruíz, director del cortometraje Las nubes bajo el volcán, concedió una entrevista para Agencia Informativa Cero:60, en el marco de la decimooctava edición del Festival Internacional de Cine de Morelia, y nos contó sobre su experiencia de grabación en el Popocatépetl y los riesgos que implica grabar en un volcán activo.

¿Cuál fue el proceso de realización de este cortometraje?

R: Antes que nada, muchas gracias por el espacio, Ángel. Un gusto estar por aquí, y respondiendo a tu pregunta, fue un proceso difícil, porque no puedes hacer mucho scouting o investigación previa cuando vas a subir un volcán activo. Yo armé un guion, una escaleta donde había puntos muy específicos, escenas y tomas a realizar. Sin embargo, conforme fuimos a filmar, me di cuenta que esa escaleta no servía, y tuvimos que replantear todo el proyecto.

Las implicaciones que tiene subir un volcán como éste (Popocatépetl), que es uno de los volcanes más altos de Norteamérica, pero además es uno de los más peligrosos, activos y monitoreados del mundo, por lo cual está prohibido desde 1994 ascender, tienen que ver con muchas cosas. Es imposible que tengas variables que te lleven a predecir cuándo va a ocurrir una erupción, una explosión volcánica, que ocurre frecuentemente en este lugar, al igual que los sismos. Es la misma idea

También se considera la altura, que se traduce en menor cantidad de oxígeno, y el tiempo que caminas, que es un aproximado de 16 a 20 horas para llegar, y vas cargando muchas cosas. Eso nos obligó a llevar una cámara relativamente pequeña, pocos filtros, un solo lente, para ir más ligeros…

Es una película que exige un esfuerzo físico y mental, porque está el peligro latente. Asciendes con la posibilidad de no regresar. Es un poco controversial entre la comunidad alpinista mexicana. Es un poco irresponsable poner en riesgo al equipo que me acompaña.

Iba con Jim Garrido, fotógrafo de la película, y le dije: “a partir de este punto, yo subo con la cámara”; el trabajo del fotógrafo fue importantísimo y de mucho valor.

¿De qué dependía elegir la localización? ¿Paso por la mente otro volcán o desde el principio fue este?

R: Esta película lleva varios años gestándose, y empezó a gestarse en otro volcán con una idea similar, pero, cuando comencé a practicar alpinismo me enteré de esto como una especie de leyenda urbana, es decir, personas que subían de manera clandestina al Popocatépetl, y también me fui encontrando con cierta idiosincrasia y con cierto misticismo, que solo existe en este volcán, y desde ese momento dije: “quiero hacer una película sobre esto”, y jamás pensé en otro volcán, porque es el de mayor actividad en el país.

En lo que se refiere a la idiosincrasia, es bastante peculiar cuando te acercas a las comunidades. Existen personajes que se llaman tiemperos; son personajes que van a hacer rituales a las montañas a pedir la lluvia. Puede parecer anacrónico a nuestro tiempo, sin embargo, es algo que está muy latente en estas comunidades. Se dirigen a los volcanes con otros nombres. Nosotros le decimos Iztaccihuatl, ellos le dicen La Volcana, Rosita, o La Iztaccihuatl.

Ellos creen que en cada volcán hay un espíritu. Por ejemplo, dicen que el verdadero nombre del Popocatépetl es Gregorio. Este conjunto de creencias tan particular, aunado a los paisajes que te encuentras, por donde no ha pasado el hombre en mucho tiempo, le da cierta magia que no se encuentra en otra parte del mundo.

¿Cuánto tiempo les llevó, tanto a ti como a tu equipo, grabar el cortometraje? ¿Hubo algún momento en que pensaran cambiar las cosas por el riesgo?

R: Desde que estábamos seguros de que rodaríamos ahí, tomó más o menos entre nueve meses y un año, entre la preproducción y producción. El rodaje nos tomó ocho ascensos, íbamos cada fin de semana durante dos meses y medio, eso fue lo que nos llevó.

Las consideraciones respecto a los riesgos se tomaron desde antes de ir a filmar. Estábamos pensando, por ejemplo: “¿qué tal si filmamos en otro volcán y lo hacemos parecer al Popo y nos valemos de otra serie de artificios?” A lo mejor el equipo me iba a acompañar hasta ciertos puntos, pero yo si quería subir, porque, además de que practico alpinismo, yo quería ser partícipe de esta experiencia de acompañar a estos montañistas hasta la cumbre y de presenciar lo que hay en esa cumbre. ¿Cuántas personas han visto el cráter de un volcán activo? Quien sabe que hay en esos páramos prohibidos y hasta en el mismo cráter. Fue una consideración personal y estética, y es un trabajo físico y mental, donde el miedo se hizo presente. En general, el volcán nos trató bien, nos lanzó advertencias, pero afortunadamente, salimos avantes…

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