¿God Bless America?: el TLCAN en la cotidianidad mexicana

Por: Adrián Bucio

Nací en México y mi estómago huele a Estados Unidos. Mi ropa igual. Según las estadísticas de la reciente balanza comercial del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 43% del maíz que conforma mi desayuno, viene de las mismísimas manos del Tío Sam. Las llantas de mi coche y la gasolina (a pesar de vivir en un país “petrolero”) también. La mermelada de frambuesa con que unto mi pan tostado en las mañanas, suele tener sabor a barras y estrellas.6

Basta con recorrer mi residencia para corroborar la hecatombe. Cuando me levanto de mi cama con los párpados a medio caer (no hay otra forma de levantarse de una cama), abro el almacén y saco mi cereal “fitness special”. Destapo un tarro de café de grano, cuyo reverso exhibe (con letra pequeñísima) la frase: “good food, good life”. Abro el refrigerador, saco hielos de un contenedor que muestra, muy airoso, las palabras: “fast freezing”.

El colmo de la indecencia llega cuando destapo un guacamole enlatado. El “made in” previo al “USA” refleja un paternalismo evidente: México exporta más de quinientas mil toneladas de aguacate a Estados Unidos.

La situación cambia de nivel en el rictus de la urbe. No en la avalancha de vocablos sajones, no. Sino en la frecuencia de éstos. Las conversaciones se versan en una transmutación extraña, concebida a partir de la convivencia “español-inglés”:

“Voy a la tienda por una coquita, ¿quieres algo?”, “me da un hot-dog con salsa picante y crema hasta el borde”, “¿que no tiene pepsis light, qué tienda es esta?”; o en el caso de que la persona sea astuta: “¿no da refill, qué tienda es esta?”

De acuerdo con  la revista Proceso, antes delTratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) el 78% de los mexicanos asistía con frecuencia al cine, generalmente a ver producciones del país.

Hoy, cuando la gente va al cine suele caminar entre cartelones de hombres rubios, cabello ondulado y sedoso, tez blanca y ojos verdosos. La cartelera es (casi) unánime hollywoodense. El punto más curioso llega cuando en las películas de supe1rhéroes, los niños se visten de Capitán América o de Superman (cuyos atuendos gritan a viva voz: “God Bless America”) según sea el caso.

De esta situación habría que denotar que aunque no estamos en Estados Unidos, sus marcas viven, comen, mastican y dormitan en territorio nacional.

El GATT, ¿le entras o no?

Era 1947. La atrocidad de la segunda Guerra Mundial había dejado un tufo sutil de miedo en el mundo. Luego de la caída del Reichstag, Estados Unidos y la Unión Soviética emprendían una rivalidad callada, de lejos, tenue y gris, fría (como muchos la llamaron) y caliente. En Asia, la India se proclamaba con el mote de “independiente”, gracias a la mano de Mahatma Gandhi. Y en Ginebra, se firmaba el General Agreement on Tariffs and Trade (GATT).

El GATT fue un acuerdo comercial, firmado por distintos países con el fin de reducir los aranceles aduaneros (tarifas de importación). Entró en vigor el 1 de enero de 1948. De esa forma, las naciones le dieron un coctel de bienvenida a la apertura del comercio mundial.

Ahora, los buques de los países pertenecientes al GATT, entraban a los puertos aduaneros y el oficial de aduanas, les cobraba una menor cantidad de impuestos. A pesar de que, como dice Ricardo Peña Alfaro en su artículo “Ventajas y desventajas del ingreso de México al GATT”, m2uchos países en desarrollo argumentaron que era imposible mantener relaciones igualitarias con naciones de economía dispareja, el acuerdo buscaba la reciprocidad entre sus miembros.

México no entró. En ese entonces, la economía del país se mantenía cerrada, hacía adentro. Había una sustitución de importaciones; algunos expertos llaman a esta etapa “proteccionismo”. La licenciada en Logística María de la Luz Ponce, menciona que el modelo cerrado arrastraba consecuencias positivas y negativas:

“Por un lado, la mayoría de los productos se hacían en el país. Por otro, había empresas que no se esforzaban por dar un buen servicio, no había competencia. ‘¿Para qué?’ decían ‘si de todos modos me van a comprar’, no había de otra”.

Sostiene la experta, no había un gran listado de marcas. Los productos cosméticos y de aseo personal eran casi siempre los mismos y muy pocos. Escaseaba la diversidad.

Fue hasta el año de 1986, cuando el presidente Miguel de la Madrid cedió el paso y le abrió la puerta grande a la época neoliberal. Oficialmente, México “le entró” al GATT.

A 22, años las reacciones vociferan

Si este reportaje fuera una bocina (posiblemente de marca estadounidense), y reprodujera con sutil cuidado las opiniones de los expertos respecto al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), probablemente se escucharía una ráfaga informativa saturada, con interferencia, con ruido, como engrudo revuelto, como sopa atiborrada de puntos de vista; de polos opuestos.

Según la información publicada en el portal web de Aristegui Noticias, el Servicio de Investigación del Congreso (CRS por sus siglas en inglés) mencionó a través de un estudio que en los últimos años, el comercio entre México y Estados Unidos se incrementó un 506%. No obstante, también señala que esto pudo no haber sido consecuencia del TLCAN, ya que con países ajenos a este acuerdo el país norteamericano consiguió un crecimiento del 279%.

La Jornada recita: “Según los promotores, el objetivo era generar un r3ápido crecimiento económico. Sin embargo, desde 1994 la economía mexicana ha registrado una de las tasas de crecimiento más baja”.

Se incrementó inversión extranjera; se redujo la nacional. Fue lo que dijo Raúl Gutiérrez Muguerza, presidente del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento (IDIC), en el Segundo Foro Nacional sobre Desarrollo Industrial TLCAN.

María de la Luz Ponce argumenta que el tratado abrió las oportunidades a las empresas nacionales, para distribuir sus productos en territorio norteamericano. “Además, la competencia es mayor, y en muchas ocasiones es más barato para el consumidor”, precisa.

El país ha desempeñado gran competitividad y las importaciones se incrementaron, señaló Luis Téllez.

Con las opiniones encontradas, cabe recalcar que si este reportaje fuera una bocina, ya habría estallado. La realidad es que en la actualidad, la balanza comercial del INEGI alude cifras alarmantes. Entre Enero y Julio del 2015, importamos 227 mil 342 millones de dólares y exportamos 221 mil 342 millones: por casi 6 mil millones, compramos más de lo que vendemos.

Prólogo de la inminencia

Con el antecedente del GATT y la apertura mexicana hacia el comercio exterior, la firma del TLCAN era un preludio de lo inminente. En 1994, el presidente Carlos Salinas de Gortari anunció a las familias y empresas nacionales que, entre Estados Unidos, Canadá y México, existiría un intercambio comercial regido bajo la nomenclatura de “libre comercio”.

Con ello, una oleada de importaciones estadounidenses azotaron en costas mexicanas y permearon (para bien o para mal) a las producciones del país.

Por ejemplo (para bien), el INEGI arroja datos favorables para la industria automotriz mexicana: en 1993 habían 13 plantas automotrices, ahora hay más de 30. Existe un crecimiento anual de 12.6% en dicha ramificación.

Por el contrario (para mal), en el lado sombrío y obscuro del acuerdo, vagan errantes los ejemplos de devastación. Según datos publicados en la BBC Mundo, por el periodista Alberto Najar, la Asociación Mexicana de la Industria del Juguete (AMIJU) en el año 1943 registró a 380 fabricantes; dos años después, el número se fue en declive extremo a sólo 30.

“Cuando se les avisó a las empresas mexicanas sobre la entrada del  TLCAN, se les advirtió que se prepararan para la competencia. Cuando el tratado llegó, las empresas que no se prepararon quedaron muertas y sólo algunas sobrevivieron. Por eso hay personas que están en contra, pero sólo es falta de preparación”, dicea la especialista en logística.

Así nuestra cotidianidad mexicana

El TLCAN ha influido en nuestra idiosincrasia y en nuestra cotidianidad mexicana. El mundo gira distinto aquí, que allá. Tenemos nuevas modas, nuevos hábitos, 7nueva comida, nuevas costumbres. Ahora hay “likes”, “CDs” y “VIP”. La televisión importa programas de canales o cadenas de Estados Unidos. Es más fácil conocer una producción cinematográfica estadounidense, a una francesa o italiana.

Nada habla más que un dato duro, que los expertos suelen recitar como letanía:

“Cuando un mexicano se levanta, se baña, se lava los dientes, desayuna, se viste, y se va de su casa al trabajo; toca al menos treinta objetos, de los cuales 20 son de origen estadounidense”.

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